El problema más gordo del Ecuador no es la corrupción; ya no lo es. Lo fue. El monstruo evolucionó, creció tanto, avanzó hasta tal grado, que ya no es lo mismo. Estamos frente a otra especie.
El político ecuatoriano hace 14 años – justo al final de la década de los golpes de Estado – era un neandertal, pero el darwinismo de la ambición y el poder hicieron que cambie. Así como apareció el homo sapiens, y luego el homo sapiens sapiens, apareció en el Ecuador un homo corruptibilis y ahora el homo corruptibilis corruptibilis.
Es impresionante cómo un país se comporta como un organismo, basta un corto repaso a la teoría monetaria para tener una impresión sobre los flujos casi biológicos de valor, de gente, de recursos. Durante el correísmo instalamos el cáncer de la corrupción, se dio una verdadera crisis de valores. Esa crisis de valores (la corrupción salvaje, descarada e impune) se convirtió en una crisis financiera (tan claramente identificable con la iliquidez del gobierno y el modelo de vivir a costa de la deuda), la crisis financiera se convirtió en una crisis económica (la reducción de gasto del gobierno que afecta a todo el mercado, el despido de funcionarios y el aumento del desempleo…), es posible ver cómo la crisis económica se convierte en una crisis social (se va perdiendo la clase media).
En este momento ya somos capaces de ver cómo la inmoralidad correísta luego de sucesivas crisis distintas se condensa en la metástasis terminal, aquella que nos matará. Se define así, en Ecuador la cosa pública ya no es un espacio/mecanismo de bienestar colectivo, es concebido como un instrumento de lucro personal.
Durante tanto tiempo, tanto se aprovechó del Estado para fines individuales que incluso se formó un sueño ecuatoriano – perversión horrenda del americano – ser funcionario público (‘voilá’ la cristalización de las aspiraciones del joven).
Con los años el Estado ya no era el proyecto común, la institución que armonizaba la vida de esta gran familia, sino la piñata que al destrozarla bota caramelos y que hay que lanzarse al sueño a rasguñar lo que haya.
Lo peor, lo grave, lo asqueroso es que esa concepción de la cosa pública ya se instaló en toda la sociedad, no en AP, sino en todo el sistema, en la cultura de la gente. Se lo ve clarísimo en las presentes elecciones, solo basta ver el número de candidatos.
¿Cuánto tiempo le dan ustedes a un país donde la sociedad piensa que la cosa pública es una piñata para que se convierta en un estado fallido? ¿No es eso Venezuela, un lugar donde el estado era la teta que saciaría a todos los sapos que se coloquen bien?
Frente a la corrupción se me ocurren mil políticas públicas, dos mil medidas. Respecto a esto ya me quedo pasmado, en blanco, decepcionado y vacío.