La corrupción supone sobornos, sobreprecios, facturas falsas, procedimientos ilegales, para finalmente transferir dinero que sale de los presupuestos del Estado a cuentas privadas personales o empresariales, que en caso de ser operaciones millonarias, terminan en paraísos fiscales, cada vez más opacos.
Son manifestaciones formales de comportamientos inmorales en los ámbitos del gobierno, me dice un amigo, joven investigador quiteño, que ha hecho su Tesis Doctoral en el Reino Unido sobre la corrupción. Y continúa, es difícil establecer su definición, su concepto, su contenido y su ámbito.
En efecto, la cuarta de las cinco acepciones de la palabra incluida en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, es insuficiente para comprender un fenómeno transnacional endémico pero, por su magnitud, generalizado en las últimas décadas.
El tema está reseñado en el texto de Jaume Muñoz: España. Breve Historia de la Corrupción, publicado en Granada en 2016 y prologado por Paul Preston Paul, a su vez autor del libro Genealogía de la corrupción española y quien recorre en su nuevo trabajo 140 años de la historia reciente.
La corrupción ha salpicado a la mayor parte de países del mundo sin distinguir formas de gobierno ni grados de desarrollo.
De este fenómeno no han logrado escapar familias reales, jefes de gobierno, ministros, miembros del Ejército o de la Policía y políticos en general, llamados a dar buen ejemplo.
Tal es su magnitud que en el año 2003 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la Convención contra la Corrupción. Sin definirla, solamente se refiere a la política; tangencialmente a la privada. Puede ser más útil. La prensa apenas hace referencia a ella.
Como existe un fin común, da igual quien haya tomado la iniciativa para cercenar el patrimonio de todos, sea el dueño de la empresa, el alto cargo o el servidor público elegido por votación o no.
Se constata que en el ámbito estrictamente privado, por ejemplo entre el vendedor de productos o de servicios y el comprador, de forma similar a la corrupción política, en pequeña escala también están vigentes formas de apropiación ilícita de dinero. Pero este hecho, como es parte de la costumbre, está socialmente aceptado.
El taxista, el frutero, el mecánico o el cliente, acostumbran a retener a su favor pequeños sobreprecios.
¿Es corrupción que se esconde detrás de otras palabras? ¿El simple cambio de escala justifica un procedimiento incorrecto?
El mal ejemplo cunde.
Se piensa: si a gran escala muchos políticos se quedan con dinero que no es suyo, también yo puedo hacerlo porque tengo más necesidad que ellos.
La moral también está en crisis.