“Necesitaba de manera urgente a la persona, así que puse bocas. No encontraba quien se puediese encargar de difundir el tema de cuidados paliativos en una universidad de una pequeña ciudad, aunque fuese capital de provincia.”
Quien me contaba esto me explicó que la atención paliativa es la asistencia a la persona que sufre a causa de una enfermedad grave, avanzada e incurable. Su objetivo es mejorar la calidad de vida del paciente, su familia y cuidadores.
“Seguí buscando. Teníamos que formar a los estudiantes de medicina para que respondieran a la necesidad de la población ecuatoriana, cuya esperanza de vida aumenta y consecuentemente sus enfermedades crónicas e incurables. Una de mis pacientes había mencionado a una especialista en su país natal, e intenté esa opción.”
La doctora sí estuvo interesada. En su país había puesto en marcha y dirigido el programa de atención paliativa para pacientes con cáncer e incluso presidió la Asociación Latinoamericana de Cuidados Paliativos. Hoy, desde nuestro “último rincón del mundo”, como lo llamó el poeta, ella impulsa esta disciplina que da dignidad a la vida hasta el final. Con esto ganan en formación los profesionales locales, mientras pacientes y familias ganan en atención.
Quienes están abiertos a migrar buscan estabilidad económica y personal. No importa el tamaño de la ciudad de destino, siempre que el reto laboral corresponda a sus capacidades y haya formalidad, retribución digna, servicios y condiciones adecuados.
En su reciente libro sobre el pensador griego Anaximandro, Carlo Rovelli sostiene que las civilizaciones florecen cuando se mezclan. En un contexto de creciente migración, ciudades medianas y pequeñas están dando grandes pasos: establecen puentes que facilitan el conocimiento, sin que las fronteras nacionales sean obstáculo.