Juan Pablo Aguilar Andrade
La conjura de los necios
Sin duda hay excepciones, pero no son suficientes para terminar con ese sentimiento de desasosiego que invade a los ecuatorianos, ante la impresión general de que el aparato del Estado ha sido ocupado por una banda de incompetentes, necios, mediocres e irresponsables; de que la función pública es hoy, más que nunca, instrumento para para engordar el bolsillo de un buen grupo de vivarachos.
Veamos, por ejemplo, lo que ocurre en el Consejo Nacional Electoral, donde Elena Nájera es la única consejera que tiene conciencia de las responsabilidades de su cargo. Eso la ha convertido en un voto solitario que, aunque impotente para conseguir que se aprueben resoluciones medianamente sensatas, al menos sirve para dejar constancia de la desvergüenza que reina en el órgano rector del sufragio.
La última muestra de esa desvergüenza es la anulación de las elecciones en el extranjero. Que no haya causal para ello es lo de menos, después de todo el consejero Enrique Pita, dice, muy suelto de huesos, que lo que se debe hacer es incumplir la ley.
Si a esto sumamos el escándalo, desatado por el mismo Pita, sobre un supuesto fraude, que al final quedó en nada, y la renuncia a realizar ningún tipo de control de la campaña electoral, que Diana Atamaint ha defendido sin sonrojarse, es claro que los consejeros electorales de mayoría, o no tienen idea de cuáles son sus funciones, o prefieren dedicarse a tareas que no son las que la Constitución y la ley esperan de ellos.
En uno u otro caso, lo que tenemos ante nosotros, aunque generalmente se la pasa por alto, es una de las formas más desvergonzadas de corrupción y descomposición moral, esa a la que la institucionalidad y el servicio público le tienen sin cuidado, juega irresponsablemente con el destino colectivo y sacrifica la democracia en el altar del minuto de fama.