El Paro Nacional actualizó los problemas de identidad de los mestizos ecuatorianos, cuya imagen de sí mismos se ha construido sobre la diferencia con el indígena, al que han imaginado y reinventado desde la fundación de la república. Como señala la antropóloga Blanca Muratorio en el libro “Imágenes e imagineros”, la representación que los mestizos hacen de los indígenas funciona como un espejo que sirve para legitimar su dominación en prácticas ideológicas, políticas, étnicas y culturales que les permiten ignorar la humanidad explotada del indígena.
Muratorio aclara que la forma en que la sociedad mestiza imagina a los indígenas cambia de acuerdo al contexto político y económico y no tiene que ver con los sujetos reales sino con la manera en que los mestizos los representan. Por ello, las imágenes pueden ir desde los heroicos defensores de la patria, como Rumiñahui, hasta su representación como “bárbaros”, en contraste con la actuación “civilizada” que los mestizos se atribuyen a sí mismos.
Pero si las imágenes dependen de circunstancias concretas, cabe preguntarse: de dónde salen las representaciones cargadas de racismo, e incluso fascismo, que la sociedad mestiza propagó durante el Paro Nacional. Quizá la respuesta más acertada proviene de la reflexión del filósofo Slavoj Zizek sobre la sociedad actual, globalizada y mediatizada, en la que los mestizos –como la mayoría de occidentales– se han convertido en “empresarios del yo”, distorsión ideológica bajo la cual se sobreexplotan y endeudan, con un conformismo cínico que les hace considerar los valores sociales como aburridos e incluso peligrosos.
Es posible que eso explique, aunque no justifique, el calificativo de “vagos” con que se ha motejado a los indígenas, principales trabajadores de la tierra, bajo el lema “queremos trabajar”, que ignora los ideales de la nación: igualdad, libertad y solidaridad, al tiempo que olvida el lema republicano de que la soberanía reposa en el pueblo.