‘Sin periodismo, la sociedad no tuviera voz crítica”. Lo dice el escritor hispanomexicano Paco Ignacio Taibo II, quien estuvo en Quito hace pocos días para presentar su más reciente novela.
Ojo. Son palabras de un intelectual de izquierda que se define como “antiimperialista, feminista y zapatista”.
Taibo II se define también como periodista. Y desde esa mirada comenta que el periodismo “es la última barrera que nos separa de la barbarie”.
Taibo II habla desde el dolor en México por el trágico récord de ser el país con el mayor número de periodistas asesinados.
Según Reporteros sin Fronteras, uno de cada 10 periodistas muertos en ese país muestra huellas de tortura.
Y en Iraq, donde cada día se producen decenas de muertes, hay menos periodistas asesinados que en México.
En ese contexto, hay que tener claro que cuando el poder -ya sea político, económico, sindical, eclesiástico, municipal, industrial, militar o narco- intenta impedir que el periodismo se acerque a la verdad es, justamente, porque no le conviene que se informe lo que ese poder está haciendo en contra de la sociedad.
A ese periodismo hay que defender y por él hay que jugarse.
Por eso, más allá de las generalizaciones y las amenazas, muy en boga entre los mandatarios de izquierda y de derecha en América Latina, el momento demanda hacer el mejor periodismo posible.
Y hacer el mejor periodismo posible tiene relación directa con una manera de concebirlo como una cotidiana búsqueda de la excelencia ética.
¿Excelencia ética? Sí, pero esta solamente es posible con medios y periodistas que hagan su trabajo no desde el sensacionalismo, no desde la opinión disfrazada de información, no desde la crónica roja escandalosa, no desde la militancia ideológico-partidista.
No es novedad, aunque lo parezca, que el poder -ya sea político, económico, sindical, eclesiástico, municipal, industrial, militar o narco- nos descalifique, nos diga corruptos o pretenda silenciarnos con las armas de la censura, el estigma o el asesinato.
Tampoco es novedad que cada día, desde los distintos poderes, se nos tienda trampas para atar nuestras agendas informativas a los humores y personalidades de los protagonistas mediáticos.
Pero a diferencia de lo que creen los que manejan el poder, el periodismo mediocre es, justamente, el que cae en esas trampas, el que reproduce el discurso oficial y el que simplemente repite lo que dice la propaganda y la retórica del poder sin confrontar ni verificar los hechos.
“Sin periodismo -dice Paco Ignacio Taibo II- estaríamos condenados a la versión del poder”.
Así que el buen periodismo debe impedir que la sociedad sea condenada a la ignorancia, la ingenuidad o la obnubilación.