Uno de los deportes más populares en Estados Unidos es mortificar a los inmigrantes ilegales. Da votos. No les expiden licencias de conducir, intentan que no puedan alquilar viviendas y tratan de negarles acceso al trabajo o a los estudios. Quieren rendirlos y expulsarlos por hambre.
No es que los políticos sean sádicos. Los políticos se alimentan de votos. No son peores que los dentistas o los poetas. Han percibido que mayoritariamente la sociedad quiere echar a los extranjeros sin papeles y se han lanzado a encabezar la cacería.
No es la primera vez que ocurre en EE.UU. Tras la crisis de 1929, un par de millones de personas, casi todas mexicanas, fueron expulsadas. Como ahora, miles de norteamericanos culturales, sin hablar español, acabaron en México, país extraño para ellos.
Mortificar a los ilegales, además, es una estupidez. Más razonable, como hizo Ronald Reagan en su tiempo, es dictar una suerte de amnistía para que los inmigrantes irregulares que no han cometido crímenes legitimen su estancia en el país, paguen impuestos, cumplan los deberes que les impone la ley y, con el tiempo requerido, se conviertan en ciudadanos norteamericanos.
Naturalmente, tras la amnistía debe fijarse una fecha a partir de la cual nadie pueda emplear a una persona que carezca de residencia legal y autorización para trabajar, so pena de ser multado severamente, lo que detendría la avalancha de ilegales. En Suiza lo hacen con gran éxito.
El argumento de que EE.UU., mientras ciertas personas cumplen las reglas, no puede premiar la conducta delictiva de quienes violan leyes migratorias, no va con la tradición legal del país. ¿No se benefició Bill Clinton de una amnistía que amparó a quienes evadieron el servicio militar obligatorio en tiempos de guerra y llegó a ser presidente? ¿Quién dijo que la compasión no cabe en el Estado de derecho?
Desde 1966, por razones especiales, los cubanos, si llegan legalmente a Estados Unidos, aunque sea como turistas, al cabo de un año de permanencia en el país pueden solicitar y obtener su residencia. Esto ha permitido que dicha comunidad, pese a radicar mayoritariamente en una ciudad pobre (Miami), alcance niveles de desempeño económico, estudios y obediencia a la ley semejantes a la población media norteamericana.
Eso se ha logrado porque los políticos que hace medio siglo se enfrentaron al problema planteado por estos inmigrantes irregulares (como ellos lo fueron en su momento) no se dedicaron a mortificarlos para que se marcharan, sino les tendieron puentes para que se integraran. Eso es lo inteligente. Eso es lo que se espera de una sociedad compasiva que jura poseer valores cristianos.