El anuncio del presidente Donald Trump acerca de una nueva política hacia Cuba no es novedoso ni constituye una agenda estratégica. Tampoco tendrá efectos sustanciales en la relación entre Cuba y EE.UU. El beneficiado de su limitado impacto será, como ha sido desde el principio de la Revolución Cubana y la reacción norteamericana, solamente el régimen cubano. Ni el exilio cubano ni el pueblo ni el interés de EE.UU. recibirán premio alguno.
La esencia del mensaje de Trump, en el seno del templo del exilio, la inmigración y la mera residencia de la comunidad cubana en Miami (que hay de todo) no constituye un contraste del discurso tradicional entronizado desde la imposición del embargo.
La palabra y el fondo de su discurso en el Teatro Manuel Artime es un viaje veloz en el túnel del tiempo. Muy cerca del escenario de Trump, John Kennedy leyó una de sus clásicas alocuciones en el Orange Bowl de Miami el 29 de diciembre de 1962. Fue seis días después de la liberación de los capturados (a cambio de medicinas y tractores). El presidente reconocía así su culpabilidad al haber abandonado a los invasores en la deplorable aventura. Prometió la liberación de Cuba.
Su discurso fue entonces mejor escrito por sus asesores que la lamentable gramática y léxico a que nos tiene acostumbrado el actual inquilino de la Casa Blanca. Pero el mensaje de Trump es igualmente vacío, retórico. Solamente contenta a un sector que lamentablemente persigue objetivos a corto plazo.
La salva de artificio es el clásico movimiento de un componente de la pareja del sempiterno diferendo para complicar una temporal situación de calma. En esas circunstancias, a un lado u otro del Estrecho de la Florida, uno decide romper la tregua, aplaudido silenciosamente por el otro, necesitado de resucitar la tensión para beneficio de su sector duro.
Ahora el turno ha sido para Trump. Nada nuevo. Esta película ya la hemos visto.
De momento, mientras a la universal opinión norteamericana Cuba no le importa nada, ya que nadie gana o pierde escaños en el Congreso o Senado.
La novedad del caso de Trump es que su decisión concuerda con la agenda adoptada en otras medidas desde su elección. Se trata de enmendarle la plana a su predecesor, atacando los logros emblemáticos en ciertos terrenos, sin que hasta ahora haya conseguido resultados concretos.
En ese escenario, los perdedores del sistema van a ser los “aperturistas” que han presionado a Raúl Castro para la ampliación de los sectores “liberados” de la economía. Mientras tanto, han jugado arriesgadamente en los terrenos políticos que los más optimistas consideran que se pueden sublimar en el traspaso de poderes en febrero de 2018.
Por el momento, lo mejor es que Cuba se mantenga en el estado actual.
IPS