Algunos filósofos, escritores y gurús auguraron que los humanos cambiaríamos sí o sí con la pandemia del covid-19. Se previó desde el surgimiento de una solidaridad extendida, hasta la promesa de que mejoraríamos como personas y abriríamos las puertas hacia una nueva convivencia, más sana y en armonía. ¿Sucedió?
Casos puntuales los habrá, pero los datos disponibles indican que ocurrió algo diferente. La pandemia impactó, clara y negativamente, en uno de los ámbitos de salud más importantes e íntimos, el que nos define como individuos y guía nuestras relaciones: la salud mental.
Aunque esta impacta al mundo laboral, familiar, al ejercicio de los derechos ciudadanos y a la convivencia con otros, los Estados poco o nada se ocupan de atenderla. El gasto en salud mental en América Latina apenas alcanza el dos por ciento promedio de la erogación total de recursos en salud, indica la OPS.
Para agravar el panorama, en el primer trimestre de este año, en plena pandemia del covid-19, se detectaron interrupciones en los servicios de salud mental en 60 por ciento de los países del área.
La OPS publicó hace poco en la prestigiosa The Lancet Regional Health, una nota que afirma que la pandemia ha tenido un efecto “devastador” en la salud mental de los latinoamericanos, especialmente en materias de ansiedad y depresión.
Mientras tanto, un reporte de Ipsos, firma global de investigación de mercados, señala que el 45 por ciento de los encuestados en 30 países, reconocieron sufrir un importante deterioro en su salud mental y emocional debido a la pandemia.
Ningún dato nos indica que las personas, en general, logramos, gracias a la pandemia, dar pasos ciertos hacia mejores estadios mentales y hacia una nueva armonía como especie. En Argentina, un 33 por ciento de encuestados reconoce tener síntomas depresivos; en Brasil, 61 y en Perú, casi el 35 por ciento.
En España, se registraron en 2020 cerca de 4.000 suicidios, la cifra más alta desde 1906, cuando se empezó a contabilizar. Es ya la primera causa de muerte no natural en ese país.
Además, el escaso interés que tienen los Estados frente a la salud mental de sus ciudadanos, no ha cambiado demasiado. Tampoco se alteraron los grandes contrastes que hay entre los sectores sociales pobres y los acomodados, cuando se trata de pedir y recibir apoyo de psicólogos, psicoterapeutas o psiquiatras.
La lista de pensadores –algunos de ellos considerados por sus seguidores verdaderos gurús– que vaticinaron cambios positivos con la pandemia, es amplia. Entre ellos, Slavoj Zizek, Angela Davis, Cristina Rivera Garza, Rob Riemen y Amin Maalouf.
En los mensajes de estos intelectuales y otros se expresaba la esperanza de que por la pandemia los humanos haríamos un verdadero “reset”.
Pero la realidad manda. Al menos hasta este punto de la pandemia, no nos hemos catapultado a un futuro luminoso o diferente como especie. Por el contrario, empeoramos o, como siempre, seguimos batallando con nuestras habituales imperfecciones.