La Guacharaca, barrio estratégico de Esmeraldas, expresa hoy el abandono, la violencia y el contrapoder en la provincia. Funciona como territorio libre: autoridades y reglas propias, sistema de informantes, símbolos para marcar territorio. Escondite, cuartel general, guarida, rastrillo, nodo de comunicación y planeación. Toda la zona está cautiva.
Esmeraldas se incendia con dos hechos crueles recientes: cadáveres decapitados colgados de un puente y explosiones indiscriminadas. Son una muestra. Entre enero y 20 de octubre se registran 416 asesinatos, cuatro veces más que en 2021. A 63 por cada 100 mil habitantes llega la tasa de muertes violentas (Guayaquil tiene 30).
La marginalidad histórica cruza el espinazo de la provincia. 4 de cada 10 esmeraldeños vive en pobreza extrema. La pobreza por ingresos afecta a más de la mitad de su población. Miseria y falta de empleo (2 de cada 10 tienen empleo adecuado) explican la actitud del sálvese quien pueda.
Los frentes son muchos: lucha en la frontera, tráfico, narcos en disputa, delincuencia. Las expresiones, múltiples: balaceras, extorsiones, explosiones, asaltos, secuestros, sincronización perfecta con cárceles y mafias de Guayaquil. Los efectos, desastrosos: terror, cierre de negocios, desplome del turismo, abandono escolar, reclutamiento de jóvenes, quiebre de tejido social y cultural, migración y huida.
La respuesta oficial aparece insuficiente, pasajera, superficial. Se aplaude el aumento de efectivos, el mando local coordinado y las detenciones, pero se advierte que estados de excepción o zonas especiales se diluyen pronto. El estado está en guerra y el poder que ataca es enorme y cuenta con aliados en instituciones. Reconocerlo es un primer paso para anclar soluciones de fondo.
Esmeraldas se desangra. Es la hora de frentes ciudadanos sin politiqueros, planes focalizados y medidas integrales. Educación, salud, trabajo, cultura, bonos deben aportar. Hemos recibido tanto de Esmeraldas que merece apoyo incondicional de país.