La frase de moda “reducir el tamaño del estado”, no es nueva. Estaba en primera plana en los años 90, cuando junto a otras como “equilibrio fiscal”, “apoyo a la iniciativa privada creadora de riqueza”, validaban el relato de las reformas “modernizantes” del modelo neoliberal, que hacía furor en el mundo, en tiempos del derrumbe del socialismo real.
Una de las primeras acciones del modelo, la reducción de personal estatal, fue ejecutada en el Banco Central por el gobierno socialdemócrata de Rodrigo Borja. Fue un proceso ordenado y estudiado. Apuntaba a dar mayor eficiencia a un aparato que, según los modernizadores, había crecido enormemente desde los inicios época petrolera, que gastaba a manos llenas y que se había expandido a áreas no inscritas en su competencia, en políticas culturales, patrimoniales, de investigación y difusión de la historia. En el fondo se intentaba aplicar otro esquema de banca central acorde a las nuevas doctrinas monetarias y económicas. Sin embargo, a la larga la modernización, junto a otros elementos del contexto, debilitó a una de las instituciones más sólidas del estado ecuatoriano del siglo XX.
Sin duda, el proceso de reducción de personal del banco fue impecable y civilizado. Duró años. Los empleados, no fueron echados brutalmente de sus puestos, sino “seducidos” a salir a través de estimulantes compensaciones que debían llevarles a emprender nuevos rumbos en su vida.
Lo realizado en el Banco Central no ensambló con procesos que debían realizarse en otras instancias del Estado. La inestabilidad política y económica general de los 90, la resistencia y movilización social, indígenas y maestros, atenuaron la implantación de un neoliberalismo, que en Ecuador fue una experiencia de medias tintas comparada con otras de América Latina.
En el 2020, tras el paraguas del coronavirus y de una sociedad civil debilitada por el correato, sin capacidad de movilización en la coyuntura, se producen masivos despidos y reducción de los presupuestos, particularmente en educación. La contundencia que no hubo en los 90, se la tiene hoy. Así, con el mismo guión de esos años, pero sin estudios ni planificación, sin una noción del tipo de estado que se quiere construir, solo con la idea fija de “reducir el tamaño del estado”, de “reducir la masa salarial”, se emprende en una atolondrada reforma, cuyas consecuencias dejarán al final del día un estado cortado en partes, sin capacidad técnica y sin educación ni capital humano, factores fundamentales para enfrentar con potencia un mundo altamente complejo y competitivo. La mejor fórmula, corresponsabilidad, se diluye: estado eficiente junto a sociedad participante.
¿Hay que racionalizar el gasto público? Sí, pero, también hay que priorizar y canalizar los esfuerzos a tener el estado que requerimos. Una cosa es racionalizar el estado, otra, liquidarlo. ¿A eso vamos?