Mientras la sociedad civil recupera lentamente espacios después de años de vigilancia y castigo, es refrescante ver cómo, aparte de las publicaciones permanentes de la academia y de textos de ficción, desde el año pasado han aparecido varios trabajos sobre política o sobre coyuntura económica y social.
El gobierno de la década perdida, como parte de su modelo de control, intentó hacerse de la producción intelectual, de los contenidos educativos, de la cultura. Entre la pléyade de autores promovidos se contaba incluso el primo Pedro Delgado. Ya casi nadie se acuerda de su supuesto legado, pero no hay que olvidar que ese es otro de los frentes a los que debe llegar la lenta y monumental fiscalización.
Así como en los años setenta y ochenta hubo mucho material para abordar temas como la dictadura y la democracia, el populismo, la deuda externa, los movimientos sociales, entre otros que ocuparon a sociólogos, antropólogos, historiadores, ahora hay un sinnúmero de temas sobre los cuales reflexionar.
Ya hay algunos buenos esfuerzos -y no necesariamente en el formato tradicional del libro- de análisis alrededor de qué le pasó a la sociedad; cómo se manejó el poder en sus distintas instancias; cómo -y lo más importante- se manejaron ingentes presupuestos para impulsar la construcción de megaobras sin suficientes estudios, sobrepagadas y sobredimensionadas o innecesarias.
Hoy quiero hablar de un modesto aporte desde el periodismo, de un libro que, en realidad, ya estaba escrito; que sirve para poner en perspectiva el fenómeno de la violencia y las actividades ilícitas en la frontera. El presidente Moreno ha hablado de permisividad gubernamental, pero también es necesario hablar de un estado de negación del país.
‘Periodistas en la frontera norte’ surgió de la necesidad de pasar revista al trabajo de EL COMERCIO en la frontera con Colombia, tras la firma de la paz con el Perú. Decenas de periodistas y fotógrafos mapearon los pueblos que vivían en contacto con la guerrilla y el narcotráfico y que tuvieron dos opciones: convivir con ellos o desplazarse y refugiarse.
Es una selección de dos décadas cuyo último capítulo empezó a escribirse el mismo 27 de enero de este año, tras la explosión de un coche bomba junto al cuartel policial de San Lorenzo. Otras acciones han causado la muerte de cuatro militares, el secuestro de una pareja y el secuestro y asesinato de tres miembros de un equipo de este Diario mientras cumplían su trabajo en Mataje, Ecuador, con autorización del responsable militar.
El libro no solo es un ejercicio contra la desmemoria colectiva sino un homenaje a los tres. Ellos -al igual que quienes los precedieron y que quienes les tomarán la posta- cumplían el indelegable papel social de informar. Sin periodismo, simplemente no hay democracia. Y sin memoria no hay historia.