Sin saberse aún la verdadera trama de la conspiración que asesinó al presidente Jovenel Moise, y sin conocerse quienes la promovieron y contrataron los mercenarios colombianos que fueron capturados poco después del magnicidio, Haití sigue inmerso en el caos y la anarquía. Son doce millones de seres humanos que sólo figuran en la primera plana de las noticias mundiales cuando explotan las peores tragedias.
En los últimos 35 años, el país vecino de República Dominicana en la isla La Española ha padecido terremotos como el de 2010 que dejó más de trescientos mil muertos, huracanes frecuentes que lo asolan cada año sin contemplaciones y la pobreza es el signo que marca a la inmensa mayoría de sus habitantes, sumidos en el atraso y la desesperanza. Es una nación indefensa que tiene que recurrir a la caridad mundial para encontrar las limosnas que le permitan atender en algo la calamitosa situación arrastra desde hace más de un siglo.
Pero su gran desastre está en la política, o más precisamente, en la anarquía, la falta de un Estado y la corrupción que rodea a sus pocas instituciones desde las épocas de la dinastía asesina de los Duvalier. Un sistema podrido hasta los tuétanos, donde los ciudadanos solo reciben la violencia y no tienen acceso a un trabajo estable, a servicios públicos o a una educación que les permita construir su futuro, que además ha elegido 20 gobiernos en los últimos 35 años, es hoy de nuevo protagonista de las noticias por el asesinato de su último presidente.
Moise estaba en el poder a pesar de que su período había expirado, tenía graves acusaciones de corrupción y gobernaba por decreto ante la casi inexistencia de la Asamblea Nacional que se supone es el poder Legislativo. Y era también un símbolo de la división, que promovía una nueva Constitución mientras dilataba la realización de elecciones que escogiera su sucesor en la presidencia y renovara la Asamblea.
Pese a toda esa estela de desastres, la comunidad internacional sólo voltea sus ojos hacia Haití cuando aparece una de esas tragedias consuetudinarias que golpean a la nación más pobre de América y más necesitada. Entonces aparecen donativos y llamados a la solidaridad, la ONU y la OEA proponen misiones humanitarias, entregan algunas ayudas y se retiran cuando la crítica se calma, mientras las potencias mundiales poco o nada hacen para resolver de raíz la crisis que consume y hace inviable e invivible a toda una nación.
Ahora, el asesinato del presidente ha desnudado de nuevo la presencia de mercenarios extranjeros, casi todos colombianos, en una trama que no se sabe quién la urdió, cuál es su objetivo y por qué fue tan fácil entrar a la residencia presidencial, acribillar a Moise, herir a su esposa y luego capturar a los presuntos autores. Es una trama aterradora que denota la anarquía que padece esa nación, mientras la comunidad internacional con la OEA y la ONU a la cabeza hacen mutis por el foro.