Uno nace sin saber para qué, y quizá no lo llegue a saber ni al cabo de muchísimos años. Felices los que un día llegan a saberlo, y también los que nunca se lo preguntaron. Si ‘el destino es el destino y la vida, pura ilusión’ ¿hemos de sufrir por no habernos llenado de sentido?; ¿cómo?; ¿para qué?
Mafalda conmovió nuestra vida y la existencia de mis cinco ‘hijitos’, y conmueve la de mis nietos hasta el punto de que, cuando les presté ‘Todo Mafalda’ me di cuenta de que insistir en recuperarlo constituiría un crimen de lesa humanidad…
Cuando hace muy poco asistí a la exposición ‘El mundo según Mafalda’ en el Paseo San Francisco, apenas aprendí algo nuevo de esa historieta incomparable que leímos en Ediciones de La Flor y que hoy es historia. Sí, que Susanita se apellida Chirusi y es hija única de una mamá ama de casa, gordita de peinado alto, y de un papá vendedor de embutidos. Que oye contar a mamá los cuentos del barrio y apenas empieza a hablar con sus amiguitos se eterniza en detalles sobre la vecina nueva, esa señora venida de un pueblito de morondanga que solo busca a los ricos y presume del carro que no es nuevo sino de segunda mano con una capa de pintura por encima, y no les ha de durar, y con ese hijito mimado que apenas contesta el saludo; y va deslizando vidas de padres y abuelos, notas sobre el dinero, el estilo de la inquilina del tercero, el de la señora, en fin, a la que le toca en suerte estar en la mira de Susanita ese día, burguesita de marras como todos.
En casa, entre bromas y veras, los chicos me decían que yo era idéntica a Susanita: cuentista, deseosa de casarse y llenarse de hijitos; que, al dar la lección de gramática sobre la conjugación del futuro perfecto, responde ¡hijitos!, y resume con acierto irrefutable el futuro que anhela. Racista, mira y toca despacito la muñequita negra que sostiene en brazos Mafalda, y se despide volando, con el índice en alto. –¿Adónde vas?, le pregunta Mafalda, y Susanita: – ¡A lavarme el dedo!… Pero no deja de ser buena, confundida entre su anhelo de un hogar perfecto con hijitos, adornos y comodidades, y la presencia de los amigos del barrio, que contribuyen con sus inquietudes a que ella se pregunte por sus propios valores. Propensa a las respuestas simples, todo alimenta su aspiración a cumplir el papel de esposa y madre. Chismosa, parlanchina, lo que pasa en el vecindario constituye su sabiduría. No soporta a Manolito, le disgustan su carita plana, su pelo hirsuto y la eterna canasta del reparto de compras, y vive enamorada del soñador Felipe, sin ser correspondida; pero ostenta la amistad, con los debidos matices, como su más notoria virtud.
El día del Paseo me perturbó la certidumbre de que Susanita Clotilde Chirusi que en versión inicial se llamó Susanita Beatriz, había nacido un 6 de junio, y comprendí que no era ‘pura coincidencia’: que todos, con sus bromas, tenían razón; que yo misma soy Susanita Clotilde o Susanita Beatriz, aquí, en el fondo.