Más gente habita el planeta, somos millones. La humanidad avanza hacia grandes metas pero mientras más somos y más se acelera en su ritmo vertiginoso la tecnología parecemos, al tiempo, más esclavos.
¿Dónde está la delgada línea que separa ciencia de ficción? Isaac Newton pasó del alquimismo y la magia, a la ciencia ¿Cómo puede el ser de hoy, que se deja llevar por la primera pseudonoticia que le invade, sin verificar su procedencia, aquel que se traga las patrañas de siniestros troll centers y miles de ‘fake news’, aplicar un criterio selectivo a la vorágine que invaden sus redes?
Como sostiene Peter Watson, en aquella sustanciosa lectura de ‘Ideas, la historia intelectual de la humanidad’, la vida intelectual es una cosa frágil que puede perderse o destruirse con facilidad. Estemos atentos.
Por esa constatación apabullante del conocimiento humano que ha descubierto y desarrollado en breve tiempo el equivalente a lo que antes tardó centenas de años y por el tremendo avance de la ciencia y la tecnología que nos sumerge a velocidades inusitadas por la superautopista de la información, sin apenas destrezas, nos lanza a los vericuetos del saber y adentrarnos en las redes sin poder escapar a su trampa.
La información en la web es una droga, es imposible que el ser de hoy se desprenda un minuto de su ordenador, su teléfono inteligente y deje de contestar mensajes o explorar los mil ‘links’ que llevan de un lugar a otro con tanta información útil como basura, capaz de distraernos y atraparnos en ella hasta ahogar nuestra creatividad y capacidad de tomar decisiones libremente.
El documental de Netflix ‘Social dilemma’, recoge testimonios de altos ejecutivos de Silicon Valley. Genios de la computación que se han pasado años diseñando las más importantes plataformas y redes sociales que conocemos y a las cuales acudimos minuto a minuto millones de seres. Ellos se confiesan y nos despiertan.
Los algoritmos, son inmensas redes para pescar seres humanos. Gustos, sabores, colores, tendencias, marcas, se aparecen en un instante ante nuestros ojos creando deseos y atrapando. Así el sujeto pierde identidad y se convierte en un cliente dispuesto a pasar la tarjeta de crédito y endeudarse en cuotitas lo que los grandes amos del mercado cibernético o los propagandistas del mercadeo político han diseñado.
También el cibermundo abre la puerta al conocimiento pero la información en pastillas nos aleja de las lecturas, de los sabios consejeros – y bien escritos – que son los libros, los cuales pasan a formar un museo casi de prehistoria para millones de milenials. En ellos depositamos el futuro, ese que no existe pero que nunca existirá si todos nos entregamos al mercado de esclavos real, como el de Venezuela y su modelo perverso, o virtual, si es que no hacemos uso consciente de los artilugios de la tecnología. Un voto y una elección hacia una vida de verdad, sin corrales que nos condenen a ser una pieza más del inmenso mercado de esclavos de la política o la tecnología.