Los últimos datos de empleo son aterradores. Las opciones que tiene el país ante esa dura realidad son dos: sentarse a llorar o hacer reformas. Ojalá nos decantemos por lo segundo.
Porque “aterrador” es un calificativo adecuado para los números recién publicados por el INEC, según los cuales el desempleo estaría en el 13% y el “empleo no adecuado” en el 70%. Por saldo, el “empleo adecuado” llega únicamente al 17%. En todos los casos, son las peores cifras desde que hay información comparable en el país.
En realidad, los datos oficiales no hacen otra cosa que confirmar algo que es evidente para cualquier ecuatoriano que no esté completamente ciego, es decir, la pésima situación del mercado laboral. Todos tenemos amigos, conocidos y parientes que no tienen trabajo y que tienen que dedicarse “a lo que haya”, algo que en muchos casos implica tener una ocupación pésimamente mal remunerada (definición de empleo no adecuado).
Por cierto, toda esta información la obtuvo el INEC con un esfuerzo digno de encomio, porque al no poder hacer las encuestas personalmente, las hizo por teléfono y a las mismas personas que fueron encuestadas en diciembre, algo que debe haber sido realmente difícil de lograr.
Pero volviendo a los datos, la terrible situación que describen podría llevarnos a deprimirnos (aún más) o a empezar a buscar soluciones y sobre todo, a buscar maneras de reactivar el empleo luego de que pase la pesadilla de la pandemia.
Porque si estamos tan mal es porque antes de la cuarentena ya estábamos con serios problemas, cuando menos del 40% tenían un “empleo adecuado” y más del 60% estaban en el desempleo o en el “empleo no adecuado”.
Y las reformas que necesitamos están conectadas con flexibilizar el mercado laboral y abaratar los costos de la mano de obra, ambos temas que podrían considerarse como políticamente inviables, pero que si se les pone algo de creatividad empiezan a parecer algo más realistas.
En el tema de flexibilizar el mercado, el mismo Ministerio de Trabajo puede ir creando nuevas formas de contratos que, en algo, faciliten la incorporación de empleados por tiempo limitado, por la duración de una obra y, quizás, en función de los nieveles de ventas de una empresa.
Y en el tema de abaratar los costos, el camino puede ser fijar de sueldos mínimos por región o por rama de actividad económica. Por ejemplo, no tiene sentido que un trabajador agrícola de la Amazonía tenga el mismo sueldo mínimo que un empleado bancario en la ciudad de Quito.
Los aterradores datos de empleo ya están ahí y no hay cómo cambiarlos. Pero, al menos, podrían ser una oportunidad para darnos cuenta de la urgencia de las reformas y para arrancar con su implementación.