Siempre hay una primera vez. La misa y la procesión de la Virgen de El Cisne en su día mayor, fueron sin devotos y se transmitieron por redes sociales. El mundo ha cambiado de modo dramático, pero conforme pasan los días parece que, apenas tengamos la oportunidad de volver a nuestra zona de confort, lo haremos, sin preocuparnos mucho por la ‘nueva normalidad’.
Quienes tenemos capacidad de decidir más allá del voto obligatorio, ya estamos soñando con volver a viajar cuantas veces podamos y hacer la mayor cantidad de cosas posibles, sin importar lo que signifiquen para los otros.
De hecho, las decisiones para evitar recontagios en Europa no han hecho sino incomodar a cientos de miles de turistas en pleno veraneo. Los jóvenes, en quienes se tiene confianza para un cambio de fondo, suelen ser los más reacios a sacrificar su derecho a la farra, aquí, en España o en Estados Unidos.
Los recursos naturales, tal como están siendo consumidos, ya no alcanzan. Y están muy mal repartidos. La pandemia ha vuelto más palpable la diferencia entre países que pueden o no subsidiar a sus ciudadanos o pagar el desarrollo de una vacuna. O entre familias e individuos que tienen o no tienen los medios para sostenerse. Los desempleados se cuentan por millones pero el efecto no es ni remotamente proporcional por edades o países.
Sería fácil echarle la culpa a la globalización, y más fácil todavía pensar que la solución está en socavarla. Hay quienes estiman que el primer gran golpe a la globalidad ocurrió en la crisis del 2008 y que este es el segundo gran remezón, pero el concepto seductor de lo global sufrió el primer gran revés el 9 de septiembre del 2001, cuando la promesa de la gran aldea sin fronteras se vino al suelo.
Esa globalización se reacomoda fácilmente, y si no hay una presión y una conciencia colectivas, los ganadores terminarán ganando más. Las grandes corporaciones ya saben lo que deben hacer, y lo hacen. Los estados pueden tomar medidas pero entienden que compiten contra lógicas supranacionales.
La hegemonía por la cual lucha un puñado de países involucra a la mayoría de los otros en relación de interdependencia. Mandan quienes tienen el conocimiento y los recursos. ¡Qué difícil sentarse frente a frente a la China pescadora y prestamista!
Ecuador viene de tropiezo en tropiezo y atraviesa una larga y peligrosa etapa de gran debilidad. Pero el problema financiero no necesariamente es el fin del mundo: cuando hay credibilidad, recursos y visión estratégica, los países pueden levantarse.
Es más grave la miseria moral: robar cuanto y mientras se pueda, volver la política -y hasta la justicia- un instrumento para destruir al enemigo. La visión cortoplacista de líderes y gestores es la que nos aniquila. Y en eso no hace diferencia que la procesión de ‘La Churona’ sea virtual o presencial.