La relación entre Washington y Pekín entra en re balanceo. Lo requiere el cambio de estrategia de Pekín bajo Xi. El líder chino descartó la política exterior diseñada por Deng, el arquitecto de la apertura económica, quien aconsejó que China mantenga un bajo perfil. Xi cambió la Constitución para mantenerse indefinidamente en el poder e imprimió a China un perfil muy alto. Su iniciativa Cinturón y Ruta de la Seda expande la presencia de China a todo el mundo. Abandonó la política de “dos sistemas un país” y reprime la democracia en Hong Kong. Amenaza con anexar Taiwan por la fuerza. Disputa control de islas y mar territorial al Japón, Filipinas y Vietnam. Frena las importaciones de productos australianos, para presionar a Canberra a plegarse a los intereses chinos. Ocultó información sobre la aparición del covid en Wuhan; cuando el resto del mundo se enteró, fue muy tarde y el mundo, salvo la China, sufre de alta mortandad y recesión.
Xi responde a un clamor popular. Se desvanece el fervor maoísta de las masas, convertidas a la economía de consumo, y lo reemplaza el nacionalismo, que desea que la China vuelva a ser la civilización dominante, como lo fue hasta 1 500, cuando Europa surge con el renacimiento y la revolución industrial.
Su gran dinamismo, enorme mercado de 1 400 millones que pronto será el mayor del mundo, y acelerado desarrollo tecnológico, tornan a China en el retador de los EE.UU. como primera potencia mundial. China ofrece su variante de sistema político: partido único, que gobierna con todos los poderes, no a la democracia y a los derechos humanos.
En EE.UU. se consideraba que con la prosperidad la clase media china iba a exigir democracia, en cuyo caso entre China y Washington habría una sana competencia, como en su momento fue entre Washington y Tokio. Trump fue el primer presidente de EE.UU. en considerar que China sería un contradictor, y confrontó a China con restricciones a las importaciones chinas y otras medidas para debilitar el nexo económico entre ambos países.
Con Biden hay que esperar que continúe la política de Trump de considerar que China es un rival y no un socio. Pero su estrategia sería más profesional, menos bochinchera y visceral. No puede pretender EE.UU. que sus aliados aíslen a China: para muchos, es su mayor mercado. Debe buscarse una ”competencia estratégica administrada“, como sugiere el ex primer ministro australiano Kevin Rudd: algo como la guerra fría con la Unión Soviética, pero sin peligro de guerra. Como con la guerra fría, el tiempo dirá cuál de los dos sistemas triunfa.
El Ecuador es país de democracia representativa, aunque eso podría cambiar: Rafael Correa se manifestó inclinado por el modelo chino. Independiente del modelo, hay que seguir una política pragmática. El país requiere de ambos mercados.