La política exterior del Ecuador no ha tenido muy buen manejo desde hace mucho tiempo, no sólo los últimos 14 años. Tal vez el último mejor momento fue la paz con el Perú. Y luego palos de ciego entremezclados con buenas intenciones y malas estrategias. Cancilleres que sabían mucho o muy poco, pero que siempre terminaron presas del juego político ecuatoriano, que no es apto para cardiacos. Pero sobre todo, fueron presas de políticas exteriores hiperpresidencialistas que hicieron tabla rasa de la política exterior más institucionalizada que primó para defender los intereses del Ecuador frente a la disputa limítrofe con el Perú.
Los últimos años -específicamente desde el canciller Patiño hasta el canciller Mejía Dalmau- fueron desastrosos en términos de política exterior. Palos de ciego pendulares primero antiestadounidenses y luego excesivamente pro, exclusión total de los debates globales contemporáneos, disputas con internacionales por cargos que sólo servían para elevar el ego de sus titulares, avances comerciales tardíos (el acuerdo con la UE fue sistemáticamente boicoteado por distintos cancilleres y salvado sólo al final por el Ministerio de Comercio) y, lo peor, la desinstitucionalización casi total de la carrera diplomática. No es casual que 94 diplomáticos de carrera hayan firmado una carta, inmediatamente después de la segunda vuelta, pidiendo a Guillermo Lasso reinstitucionalizar la carrera y respetar la cuota política. Desde Patiño y sus 130 asesores y clientelismo político con cargos en el exterior hasta Lenin Moreno y aliados con su larga lista de recomendados a todos los puestos posibles en el servicio exterior, que ninguno de los dos cancilleres de carrera siquiera se opusieron. En fin, la lista de desajustes es larga y tomará tiempo enmendar, si es que hay voluntad de hacerlo.
Por eso vuelvo a mi primera reflexión sobre los dos problemas centrales de la política exterior ecuatoriana desde la paz de Itamaraty: no tiene norte y es excesivamente presidencialista. ¿Está dispuesto el Presidente Lasso a restituir la institucionalidad de la Cancillería cuando anunció dos designaciones políticas -en Washington y Madrid- aún antes de tener Canciller? ¿Qué hay de volver a discutir las prioridades nacionales de política exterior primero (tal vez con una Junta Consultiva) y pensar en nombres después? ¿Está dispuesto a enmendar su error de campaña de ofrecer los consulados a los migrantes, cuando estos cargos -antes que cualquier otro- deberían ser manejados por profesionales, por principios básicos de seguridad de la información y respeto a datos privados? Re-institucionalizar significa crear sistemas que cubran a todos sin que existen dobles estándares, donde las excepciones sean mínimas y donde haya ética y recato en las nominaciones. La política exterior es uno de los escenarios donde es imprescindible avanzar en acuerdos mínimos nacionales, precisamente para que el Ecuador no vuelva a cometer la serie de errores que afectaron su reputación internacional en los últimos años.