Cuánto dolor por los muertos y heridos, cuánto miedo y cuánto costo material y humano se hubiera evitado, si las personas que hace dos años tomaron la decisión de concebir y ejecutar impulsivamente el decreto 883 -que aumentó el precio de los combustibles, llevando al país al incendio y al gobierno al descrédito total- hubieran conocido y valorado los diversos factores y tiempos de la realidad.
El gobernar en democracia es el arte de apreciar las múltiples dimensiones. Arte que surge de la experiencia política, que dota al dirigente de energía y serenidad. También emana de la convicción en la escucha, y de la confianza en la participación y el diálogo. Lo contrario es el mando autoritario, que impone su voluntad a patadas.
Pero si al autoritarismo se suma un ánimo desesperado por el manejo de una crisis descomunal del Estado, una mente afiebrada por el poder y la prepotencia, y una ignorancia del contexto, de la memoria, carácter y capacidad de respuesta de los sujetos sociales en los que impactarán severamente las medidas, pues, el resultado es el que se tuvo: una sublevación.
La buena política se aprende con años de afinar el olfato por el bien común. La ética, las competencias democráticas se las aprende en la familia y en la escuela. Pero el conocimiento del contexto viene del contacto social, de la información y de la capacidad de interpretar la realidad. Tal capacidad depende de la formación en ciencias sociales, que son impartidas con calidad por contadas universidades. Los políticos sin formación alguna son inútiles y peligrosos manejando el poder.
Las ciencias sociales y humanidades, la filosofía, la historia, la antropología y la sociología son indispensables para entender el mundo y para transformarlo. La economía también. Pero un economista o un abogado sin idea de la sociedad y de la historia, fracasa como conductor estatal y político. Hay ejemplos de sobra. El alzamiento de hace dos años, uno de ellos.
Los políticos y estadistas deberían ser formados por los partidos o las universidades. La mayoría de partidos no son partidos, son maquinarias electorales listas para asaltar el Estado. Las universidades serias hacen esfuerzos gigantes para mantener abiertos espacios de ciencias sociales, que desde hace décadas son torpedeadas por élites que no les interesa el desarrollo del pensamiento crítico.
En los años 70, el jesuita y filósofo Hernán Malo, rector de la PUCE, trabajó por una universidad que forme buenos profesionales y cree conocimiento, ciencia y tecnología pertinentes. Una universidad crítica y autocrítica, plural, libre, comprometida con los pobres y el cambio del país. Por eso, hace 50 años, fundó la Facultad de Ciencias Humanas.
En este momento de tanta de necesidad de líderes éticos, conocedores y comprometidos con la realidad, hay que retomar el impulso por las ciencias sociales y la Historia.