La noticia de que asambleístas en ejercicio roban parte del sueldo a sus propios asesores resulta deprimente. Se trata de una estafa, un indicador de inmoralidad y un acto de audacia escalofriante. Para incurrir en un acto semejante deben tener la certeza de que nadie les denunciará y si alguno les denunciara nadie les investigará. Deben estar seguros del espíritu de cuerpo que, bajo el lema de “entre bomberos no se pisan las mangueras”, se preocupa más en defender la imagen de la institución que en castigar la torpeza de algún político novato.
¿Dirán que eran contribuciones voluntarias o iniciarán una indagación?
Resulta más chocante si se toma en cuenta que no hablamos de pícaros de barrio, sino de los encargados de aprobar las leyes y de fiscalizar a los otros poderes.
De encontrarse verdadera la noticia, se esfumaránlas esperanzas en reducir la corrupción.
Con razón el Presidente acaba de vetar totalmente un proyecto de ley, dizque para combatir la corrupción y recuperar los dineros robados y que, más bien, amenazaba con dejar en libertad al ex vicepresidente Glas, según denuncia de César Montúfar.
El presidente Lenin Moreno ofrece un nuevo proyecto que permitiría recuperar los dineros robados autorizando, entre otros recursos, a quienes han pagado sobornos presentar la denuncia sin riesgo de sanciones. Esto puede ser interesante porque la corrupción se ha presentado siempre como una disputa, al estilo de Sor Juana Inés, sobre cuál culpa es más grave, la del que paga por pecar o la del que peca por la paga. Los investigados de la década de la corrupción suelen repetir que la empresa internacional que confesó el pago de sobornos es una empresa corrupta y corruptora, como queriendo decir que los funcionarios que recibieron sobornos eran inocentes monaguillos engañados por una banda de truhanes.
Los corruptos no son ni ingenuos monaguillos, ni andan con antifaces y armados. Se presentan, según relataba un empresario, como funcionarios educados y corteses que están para resolver las dificultades (creadas por ellos mismos previamente). Invitan amigablemente e encontrase en algún lugar a tomar un café y terminan diciendo que el problema tiene solución, pero cuesta. Si el empresario toma la iniciativa y ofrece algo, el problema se diluye, pero si no se da por aludido el problema se vuelve crónico. El inocente funcionario plantea un feo dilema entre participar en la corrupción o dejar el problema sin solución.
La corrupción globalizada y adjudicada a los políticos, a unos porque lo merecen y a otros por contagio, obliga a preguntar ¿de qué vive el político cuando no está en el poder?, ¿qué es un político profesional? Esto deben resolver los partidos si quieren cambiar su imagen y la realidad, Los políticos trashumantes prestados por la academia o la empresa, no resolverán el problema y los famosos de alquiler lo empeorarán.