El fútbol y la política son fenómenos cercanos, se parecen en ciertas cosas; pero también lejanos, en muchas otras. El fútbol, como espectáculo, apela a la masa y de ella depende; la política convertida en espectáculo busca, por igual, fascinar al pueblo, sabe que por él persiste. El fútbol congrega a multitudes, las reales y las mediáticas, ofrece diversión, escape, evasión. La política, envidiosa del fútbol, busca la muchedumbre y los grandes espacios, emula el espectáculo, transporta al ciudadano a su cotidianidad, a sus postergadas redenciones. El fútbol es un juego, una competencia en la que se crean conflictos por un simple afán lúdico, una celebración paródica de lo heroico y, como todo juego, un episodio banal e inútil por esencia. La política, en cambio, es la más grave de las prácticas sociales cuyo fin no es otro que ejercer el poder con una mira: conciliar los conflictos, armonizar los antagonismos de una sociedad. Sin los medios de comunicación, sin la televisión el fútbol y la política no serían hoy lo que son.
No es descabellado afirmar que la televisión ecuatoriana vive y se nutre de estos dos espectáculos: el fútbol y la política. Los dos mueven multitudes, los dos despiertan grandes pasiones, los dos tienen sus líderes, sus banderas, sus colores, sus hinchas y partidarios; los dos concitan fanatismos irreconciliables, rivalidades, ansias de triunfo; los dos son, hoy por hoy, eso que Marx dijo un día de la religión, el verdadero “opio del pueblo”. El fútbol no debería salir de su espacio propio: el deporte. Cuando un campeón del gol, gracias a la fama lograda, busca un escaño parlamentario hará flaco favor a la legislatura. Se están trastrocando los roles que cada actor tiene en su ámbito. La lógica de los pies no es la lógica de la cabeza. Que sepamos, ningún Solón ha salido de un estadio.
El signo de la política doméstica es la estridencia, la truculencia; casi no hay noticia política que no conlleve el escándalo. Y es el escándalo cotidiano lo que morbosamente subyuga a las masas. El escándalo político ha estado presente a lo largo de nuestra historia republicana. Esta ha sido nuestra tendencia, nuestra forma de hacer política con un estilo estrepitoso y vocinglero. El periodismo de la pluma siempre estuvo en el centro de ese estrépito, si no díganlo Solano, Montalvo o Calle. La diferencia con otras épocas es que hoy en día el escándalo es magnificado a todo volumen por la televisión y la radio. Si el fútbol puede ser un relax para muchos, la política, en cambio, es un estrés para todos. El efecto que ello produce en el ánimo de los ciudadanos es el aburrimiento, el cansancio ante el espectáculo hebdomadariamente repetido. Y es el hastío lo que mina los espíritus más jóvenes. El signo que define a la nueva generación es el tedio, la abulia, la infecundidad del pensamiento, el olvido de la verdadera revolución.
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