Recién había comenzado mi primera clase del semestre de otoño en la Universidad de California, Berkeley, cuando me di cuenta de que tenía demasiado calor. Quería desesperadamente sacarme mi chaqueta de tweed de profesor.
Una chaqueta de tweed es una vestimenta maravillosa pero peculiar. Si todo lo que uno tiene como materia prima es una oveja, es lo que más se asemeja al Gore-Tex. No sólo es perfecta para un clima nublado y lloviznoso, sino que también es sorprendentemente abrigada –húmeda o seca- para lo que pesa. En el mundo previo a la calefacción central, las telas de lana que ahora se asocian más comúnmente a un atuendo masculino formal y semi-formal eran efectivas y cómodas, no importa si uno vivía en Oxford, Cambridge, Edimburgo, Londres, Bristol o Norwich.
Ahora bien, las chaquetas de tweed y prendas similares se propagaron por el mundo –una ventaja a medias por la cual podríamos agradecer (o culpar) al Imperio Británico-. Para quienes viven más cerca del Ecuador y lejos de la llovizna y la niebla de las Islas Británicas, durante mucho tiempo esas vestimentas han sido un anatema. Después de la llegada de la calefacción central, la ropa de lana se volvió menos práctica inclusive en zonas templadas.
No obstante ello, las chaquetas de tweed continuaron siendo una opción sartorial cómoda en algunos lugares del mundo, entre ellos Escocia y partes de Inglaterra (donde, en verdad, durante mucho tiempo estaba mal visto utilizar la calefacción central), Estados Unidos de Norteamérica y la zona de la Bahía de San Francisco. En realidad, el clima de Berkeley es una de las pequeñas razones por las que decidí mudarme aquí después de tres años en Washington, donde uno aprende cuánto sudor puede absorber un traje de lana durante el viaje diario al trabajo.
Pero en los últimos 20 años, la vestimenta de profesor se ha vuelto cada vez más incómoda, inclusive aquí en el lado este de la Bahía. El clima ahora se parece más al de Santa Barbara, unos 500 kilómetros al sur. Y así, somos cada vez más los que damos clase con camisa abotonada de manga corta como las que usaban hace cincuenta años los habitantes de CalTech (aún más al sur, en Pasadena).
Aun así, para quienes vivimos en Estados Unidos –y en el Norte Global en general- las temperaturas en ascenso probablemente no sean un problema demasiado importante en los próximos cien años. Básicamente, el clima avanzará sigilosamente hacia el norte unos cinco kilómetros por año. Existen posibles escenarios de desastre a partir de la desaparición de la capa de nieve y la rápida desertificación, entre otras cosas. Pero esos problemas serán inconvenientes y costosos, no insuperables. De todas maneras, los problemas asociados con el cambio climático no serán simples inconvenientes.