Stefan Zweig no se hubiera sorprendido con la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. El escritor austríaco creyó que Europa –el suelo donde se construía la nueva Torre de Babel, el “monumento de la comunidad fraterna”– siempre vivió amenazada.
La Biblia, explica Zweig, cuenta la historia de un Dios que se asusta por el deseo de perfección de un grupo de hombres que quiere construir un edificio –la Torre de Babel– que llegue hasta el cielo. Para que fracase su proyecto, ese Dios hace que los hombres hablen lenguas distintas y no puedan entenderse entre sí. Exactamente lo mismo ha ocurrido siempre con Europa, decía Zweig.
Antes de las dos guerras mundiales la construcción de la babel europea había hecho progresos inimaginables: “Nunca las naciones se implicaron tan mutuamente (…), nunca las ciencias se entrelazaron tan estrechamente, nunca el comercio entretejió una red tan maravillosa”, escribió Zweig.
Tanto creció esa Torre de Babel europea que un Dios aterrado decidió nuevamente sembrar la discordia para que la comunidad que se estaba forjando fracasara: “De la noche a la mañana los hombres (…) ya no se entendieron entre sí, y al no entenderse se irritaron unos contra otros”, escribió Zweig.
Tras las guerras mundiales, la babel europea pudo reconstruirse una vez más, luego de años de negociaciones políticas y comerciales muy complejas. Pero el jueves pasado ese esfuerzo fue nuevamente boicoteado. Esta vez no por causa de la diferencia de lenguas, sino por la discordia creada por los dioses del miedo y del rechazo a la migración. Los efectos de esta nueva ruptura no se hicieron esperar: la libra esterlina cayó 30 centavos o -13% en apenas ocho horas. El comercio y los flujos financieros se harán más complicados. No será tan fácil viajar allá para trabajar.
¿Será este el inicio del fin de Europa como bloque económico y político hegemónico?
Probablemente sí, pues se cree que tras la deserción británica vendrá la francesa y luego incluso la española…
Pero la idea de Europa –concebida por Zweig como la suma de diversas vidas y voluntades que conviven bajo los mejores valores de Occidente– no morirá jamás. Mientras la humanidad exista, el legado de ese continente –encarnado en figuras como Montaigne o Rilke– tendrá validez y vigencia. La noción de Europa podría implantarse en cualquier otro lugar, en Asia o América, por ejemplo. Esa misma noción podría ser asumida como propia por cada uno de nosotros.
El Legado de Europa –así se titula el libro que contiene el ensayo de Zweig que cito aquí– consiste precisamente en un lugar que no es físico sino más bien espiritual. La noción europea es uno de los grandes inventos de la civilización humana y, por esa razón, jamás podrá ser olvidada.