El mundo moderno, globalizado, abierto, obliga a ver las cosas de manera distinta de lo que se veía hace pocos años. Había fobia a lo extranjero, especialmente si se refería a la política. Había llanto y crujir de dientes si un partido pertenecía a una organización internacional y las acusaciones de intervención extranjera estaban a la orden del día. Poco a poco ese sentimiento pueblerino ha ido cambiando y ya es casi normal que los países y los partidos tengan, a la luz del día, relaciones internacionales del más distinto signo.
Sentado lo dicho antes, también es necesario decir, con claridad, lo que significa que un país, cualquiera que éste sea, tenga sus relaciones internacionales en manos de ciudadanos extranjeros.
Es insólito lo que sucede en el Ecuador. El Ministro de Relaciones Exteriores es franco-inglés. Naturalizado en el Ecuador hace poco tiempo, sus raíces son extranjeras. Viaja al exterior, en misión oficial, como en su último viaje al Reino Unido, con pasaporte inglés, sufriendo el desaire de ser recibido por un funcionario de bajo nivel cuando pidió cita para proponer un convenio de cooperación, sin acogida alguna. Fue viceministro un reconocido periodista, ciudadano uruguayo, al menos naturalizado ecuatoriano después de veinte años de residencia. Se paseaba como en su propia casa el ciudadano español José María Guijarro, el Chema, que se fue para ser elegido diputado en su país. El ciudadano español Iván Orosa, conocido como el brazo derecho del Ministro, manda y desmanda en el ministerio. Se suman al equipo el inglés Lee James Brown, el francés Romain Migus, la italiana Michela Fenu. Se ha incorporado una ciudadana argentina, reemplazando ellos al equipo profesional de carrera en el manejo del ministerio. Es la falta de ese personal profesional lo que ocasiona deslices tan serios como el calificar de “sinvergüencería” lo sucedido en el país más importante de América del Sur y que la Asamblea se apreste a condecorar a la expresidenta argentina, sindicada en su país por corrupción.
El desmantelamiento que ha sufrido el ministerio de Relaciones Exteriores del Ecuador tiene -y tendrá más en el futuro- consecuencias que no se pueden medir en toda su magnitud. Los esfuerzos de muchos años por profesionalizarlo y no ponerlo al servicio de ningún proyecto que no sea el del país, han sufrido en proporciones que costarán mucho reponer.
El incremento masivo de personal evidentemente innecesario en el servicio exterior, en el que hay hasta cuatro embajadores en una misma sede, el cierre de embajadas claves para los intereses nacionales con el argumento de que esos países no las tenían en el Ecuador, la apertura de varias en países sin el más mínimo intercambio cultural ni comercial –que tampoco tienen aquí sus embajadas-, la práctica desaparición de la Academia Diplomática, su conducción en manos extrañas al país, pasan ya factura onerosa.