La política actual y su retórica como que se parecen a la cebolla. Poco a poco se caen sus capas y las cebolla se va haciendo más y más pequeña.
Una capa de la cebolla era, por ejemplo, la ecología y los derechos de la naturaleza mentados en la Constitución de Montecristi como el mayor avance mundial en cuanto a respeto y conservación. Quitada esa capa, tildados los ecologistas de infantiles, mentirosos y demás, herido el Yasuní, enfrentadas las comunidades por la minería y las concesiones petroleras, la cebolla se va mermando, va perdiendo su color, su sabor y su condumio.
La apuesta a favor del mundo indígena, incluido el Sumak Kawsay, digamos que era otra capa de la cebolla. Con los enfrentamientos con Conaie, intentos de desalojo, divisiones del movimiento indígena, marchas y contramarchas, líderes indígenas apresados, un dirigente shuar muerto sin explicaciones contundentes, la cebolla se va mermando. Queda la retórica, la alianza indígena confeccionada por el propio movimiento de Gobierno, la oda a Guayasamín, el mural de la Fiscalía y alguna que otra canción protesta de esas que recuerdan a las peñas musicales de los años setenta como para disimular.
Delgada era la capa de la educación intercultural bilingüe, ahora casi imposible con tanta Unidad Educativa del Milenio en la que los profesores hablan castellano. Aunque la universidad amazónica conserve el nombre kichwa de Yachay, las lenguas de las minorías van hacia la desaparición.
Hasta el discurso contra la prensa se va quedando en tela de cebolla. Y no porque el poder se haya puesto la mano en el corazón y haya decido aceptar la crítica de prensa, ni porque la prensa haya decidido dar otro rumbo a su quehacer en la comunicación sino porque el poder, las superintendencias y superintendentes, los controles, las multas y los juicios, la han desaparecido casi por completo. A no ser por algún osado caricaturista o algún columnista fuera de tono o todavía despistado, la prensa poco puede hacer para pedirle cuentas al poder. Si se acabó la prensa, ¿a quién se le culparán ahora de las problemas del país?
Las capas de la cebolla se van cayendo así como ha caído el precio del petróleo. Las deudas ahora son con otros bancos y con otros acreedores, pero deudas, deudas son y algún día habrá que pagarlas. La verde cebolla ya no es ecologista, ni indigenista, ni sindicalista, ni diversa, ni multilingüe ni multicultural. Es más, como que le va quedando cada vez más poco del rojo con el que nació: rojo igualdad, libertad, justicia. Caídas todas las capas de la cebolla va quedando el zumo, su esencia –además de las carreteras y las autopistas-: un modelo progresista que funciona a punta de la mejor publicidad, unos ciudadanos conformes y consumistas, un líder fuerte y poca posibilidad de debate o discusión. La cebolla da sazón. Pero también hace llorar.
Milagros Aguirre / maguirre@elcomercio.org