Henrique Capriles Radonski no es un líder único, similar al que predomina en los escenarios populistas de América Latina. Sin embargo, su trascendencia –sin el fraude hubiera sido presidente de Venezuela, cuando Nicolás Maduro solo lo venció con 1,4% de diferencia– no hubiera sido posible sin la coalición política que históricamente significó la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que cohesionó a importantes agrupaciones políticas desde la izquierda hasta la derecha.
Este colectivo con Capriles, Leopoldo López o cualquier otro que lidere la lista única, aun sin un triunfo electoral, imposible en una virtual dictadura, es el baluarte democrático de un país que lucha solo por sus libertades frente a un poder despótico. Este, además, goza de una protección internacional encabezada por Unasur y la hipócrita vista a un lado de gobiernos que solo miran el entorno de su propio país. No solo se olvidan de la Carta Democrática, sino de la experiencia que sufrieron sus pueblos en feroces dictaduras.
Esta situación es casi imposible que se repita en el Ecuador, donde las fuerzas opositoras están divididas por la geografía y la autoestima de quienes desde la cuna, en vez de pañales usaron la banda presidencial. Sus líderes –no sus movimientos, pues estos son parasitarios, gozan de gran popularidad sectorial o regional, que de darse una gran unidad pudieran, como en Venezuela, alcanzar la Presidencia de la República con un amplio margen en las actuales circunstancias. Sin embargo, tal posibilidad es muy remota, ya sea por el ego de los caudillos o jefes con mejores opciones que no se resignan a ceder posiciones o por cuanto el Gobierno aprendió y aplicó con éxito la máxima atribuida originalmente a Julio César “divide et impera” y parafraseada por Maquiavelo en su obra clásica: “Divide y vencerás”.
La permanencia en el poder, ahora pretendida de indefinida por el régimen de la Revolución Ciudadana, no solo es gracias a su fortaleza política e ideológica y al carisma del líder. También ha capitalizado la desunión y la apatía de una oposición que dejó pasar todas la maniobras políticas y electorales antes de recibir el cañonazo de la victoria legislativa donde entregaron gratuitamente –al parecer– todo el poder que le faltaba al régimen para llegar a la plenitud. Ese postre lo sirvieron con la decoración pastelera de la división distrital y el método D’ Hondt.
En estas condiciones, mirando hacia el proceso del 2017, después de la marcha, el paro y, en el exterior, la victoria peronista en Argentina luego de tanto escándalo y corrupción, se puede elaborar una extraña e insólita profecía. El fenómeno Capriles y su mesa de la unidad en el Ecuador solo se podrán dar dentro de las filas del propio movimiento gobiernista. Los otros podrán sumar el 80% o más. Pero si lo dividen en un festival universal de la vanidad para tres o cuatro, no llegarán. El maná es para todos, pero Moisés es solo uno.
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