Qué bien le ha hecho a A. Barrera la derrota electoral.
Sus discursos de fin de campaña, ya con la derrota previsible, lograron recuperar votantes ya perdidos para él; sus posturas postelectorales indican que nace un político con sentido de responsabilidad pública. Se multiplican las voces que encuentran al Alcalde que querían y que ahora lo aprecian.
Al fin alguien de AP que dice verdades aunque molesten al Presidente. Ya era hora que la izquierda recupere el sentido de la palabra propositiva por encima del sistema de propaganda reinante. La sociedad gana con el debate y redunda en AP para los que construir partido importa. Algo más sustantivo, Barrera es autocrítico no como el creyente que reconoce un pecado e invoca su condición humana para que las divinidades y no la persona asuman las consecuencias o enmienden, sino que es autocrítico de una política inconveniente de la que ha sido parte. Ello sin reducir la derrota a errores de campaña o al arte o poder del contendor.
La noche de su derrota, Barrera ganó medallas públicas al reconocerla con sentido democrático, asumió generosamente sus responsabilidades en ella y de inmediato volcó sus ánimos a construir una transición lejos de la disputa polarizante. De haber actuado con este sentido crítico y de asumir la representación de la ciudad, lograba encarnar a la ciudad y a lo mejor seguiría de Alcalde. Para AP indicaba que encarnar el pluralismo era no sólo útil postelecciones sino que sería mejor asumirlo siempre. El gran error y la gran derrotada fue la visión centralizadora gubernamental, y que la adoptó la izquierda en AP. Lo mismo el sistema de propaganda, convertido fin de todo, que articula toda la política actual; hay que llamarlo el Estado de propaganda.
Fue no solo error haber seguido con la campaña presidencial y vender éxitos gubernamentales, sino al pregonar que un Municipio exitoso sería el que colaboraría con el Gobierno, y no lo contrario, mostraba el predominio del gobierno central. Se revelaba el abandono del pluralismo y del derecho a la diferencia que fue, al inicio de AP, su justificación de ser y ahora es un arqueológico recuerdo, enterrado por los avatares de la pasión política por construir no un partido sino un sistema de caudillo. Esta negación de sí, de ideas y principios, a favor de poner todo en la balanza de ganar y concentrar poder personalizado, en lugar de construir proyecto y organización con la sociedad, tiene su costo: qué frágil resulta todo ello cuando se desmorona la credibilidad construida más por propaganda que por hechos. El extremo de este sistema es lo que patéticamente muestra Maduro centrado en construir culpables en complots y no en rectificar políticas; lleva a desconocer la realidad y vivir de sus propias proyecciones al punto de verse indispensables. En cambio, rotar obliga a pensar en tiempos y relación con la sociedad, obliga a renovadas proyecciones. La izquierda del Cono Sur aprendió que la rotación no le hace mal, es necesaria para su propia causa.