Pocos recordarán el nombre de Asia Bibi, cristiana paquistaní de 52 años, sin embargo muchos tienen presente el nombre del escritor Salman Rushdie.
Los dos comparten el haber sido acusados de blasfemia y perseguidos por ello. Lo blasfemo depende de cada religión y momento histórico. Por ejemplo, Bibi fue condenada a la horca por ser cristiana y no convertirse al Islam. Rushdie fue acusado por publicar el libro “Los versos satánicos”.
La Organización para la Cooperación Islámica, durante años ha promovido en Naciones Unidas una resolución para combatir la difamación, instrumento, que según sus promotores, serviría para enfrentar la “xenofobia o formas conexas de intolerancia y discriminación contra cualquier religión, así como los ataques y la desecración de los libros sagrados, los lugares santos y los símbolos religiosos y las personalidades veneradas de todas las religiones”.
No cabe duda de que la violencia y la discriminación contra las personas que practican una religión es inaceptable, sin embargo la amplitud y vaguedad del concepto blasfemia puede ser usado para castigar, censurar, atacar y limitar expresiones artísticas, ideas, ideologías y otras creencias, por eso la resolución no ha sido aprobada. La base para los ataques a Charlie Hebdo, el asesinato de cristianos coptos en Egipto y el pedido de censura a la exposición “La Intimidad es Política” es la misma: considerar que la religión, símbolos y creencias sagradas están siendo atacadas de alguna forma.
Es obvio que detener o matar son mucho más graves que censurar, pero todas estas acciones comparten la misma justificación y tienen efectos inhibitorios y de autocensura. La Corte Interamericana, siguiendo la línea de la Corte Europea, dejó en claro que deben protegerse “no solo las informaciones o ideas que son favorablemente recibidas o consideradas inofensivas o indiferentes, sino también aquellas que chocan, inquietan u ofenden al Estado o una fracción cualquiera de la población.
Tales son las demandas del pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin las cuales no existe una ‘sociedad democrática’”. Si una exposición artística es censurada o un funcionario público es sancionado por apoyar o promover una exposición debido a que un grupo importante de la sociedad la considera blasfema u ofensiva, es el Estado tomando partido, asumiendo una posición, algo que no puede permitirse en un Estado laico.
Estamos viviendo un momento de reconfiguración política, siendo la preocupación mayor el escándalo derivado de la corrupción. Debemos construir una institucionalidad capaz de investigar y sancionar a los corruptos, y evitar que estos hechos se repitan, pero que nos permita superar esas otras marcas de estos años, una de ellas, la profundización de la intolerancia y el uso del Estado para promover las convicciones religiosas de quien ejercía el poder, por ello superar esta práctica es un imperativo que permitiría construir una democracia verdadera, siendo la neutralidad estatal la única vía de protección para los derechos de todos.