Empiezo por decir que el bebé real no me interesa nada. Sin embargo, me preocupa la efervescencia con que la prensa mundial ha tratado un tema como el de su nacimiento, tan poco trascendente, tan absurdo y minúsculo frente a los asuntos importantes de la sociedad, que solo siento asco por la humanidad.
Confieso que me he aprovechado del título de ocasión para tratar en este espacio, una vez más, sobre la frivolidad de la noticia en la prensa mundial. Es que somos unos seres tan bastos y banales que, frente al hambre que azota y aniquila a millones de niños en el mundo, nos preocupamos por un bebé (pobre de él que ha sido expuesto al mundo desde el vientre), que, en pleno siglo XXI, nace bajo los signos reales, de origen supuestamente divino, de la monarquía más tradicional del mundo.
Somos tan bastos y superficiales que gastamos millones de páginas y de imágenes en un bebé recién nacido, en lugar de hacerlo para denunciar y erradicar el trabajo infantil y la pedofilia que acaban con la vida de millones de niños cada año en el mundo.
Somos tan estúpidos que perdemos el tiempo hablando y escuchando, discutiendo y analizando los rasgos de este bebé, su maravilloso ajuar real, la hinchazón de la madre y la cara de orgullo del padre, sobre los regalos que le hará la abuela, sobre si el olor de la primera deposición provino del lado paterno, es decir celestial e inoloro, o materno y terrenal, y mientras tanto, hay decenas de miles de niños que acaban de nacer y no tienen a sus padres, y no tienen leche para alimentarse, y no tendrán seguramente una vida muy larga, y si la tienen, a lo mejor será una vida miserable, una vida de perversiones y crueldades, de maltratos y odios, porque nadie, jamás, se preocupará un segundo de ellos.
La veleidad en los contenidos actuales de la información resulta abrumadora. Nos ofrecen toda una gama de programas y notas ligeras en las que predominan la farándula y el chisme, lo espectacular e insustancial, y mejor si están condimentadas con crónica roja, imágenes impactantes e inconductas flagrantes, y los consumidores las recibimos con avidez, con verdadera pasión por enterarnos del último enlace de las estrellas, del devaneo de la semana, de cómo será el bebé real en 15 años; y, mientras tanto, por supuesto, desdeñamos casi por completo lo cultural, lo educativo, lo sublime, hundiéndonos en lo que Mario Vargas Llosa ha llamado en su última obra “La civilización del espectáculo”.
Sobre el bebé en cuestión no tengo nada más que decir, la prensa ya se encargó de alertarnos sobre su llegada y de igual modo nos mantendrán siempre informados de cualquier trivialidad que acuse a lo largo de su vida. Solo espero que en poco tiempo, un buen día, mientras el pequeño crece, recibamos la noticia feliz de la extinción de la última monarquía sobre la faz de la tierra.