El Presidente de la Asamblea ha mostrado un lado poco conocido en una entrevista con este Diario, a propósito de los informes de la Contraloría sobre irregularidades contractuales en Montecristi. Ha dicho que los diarios publican “basura, basura” y que actúan como un gran ‘holding’, porque a veces coinciden en tratar algún tema de interés público como es el presunto uso indebido de fondos en la Asamblea fundacional de la revolución ciudadana.
Preocupa que Cordero muestre ese talante cuando se supone que la Legislatura está a punto de volver a tratar la Ley de Comunicación. Si eso piensa de los medios escritos, ¿qué remota garantía existe de que cumpla la oferta de respetar el acuerdo de hace más de un año para que ese cuerpo legal no se transforme en la mordaza que pretende el Gobierno?
Ha hecho bien Fundamedios en recordarle al imprevisible personaje los compromisos que ha adquirido el Estado para el trámite de esa Ley, y para asegurar las condiciones mínimas para el ejercicio de la libertad de expresión en el país. Le ha recordado la invitación a la Relatora Especial de Libertad de Expresión y a otros miembros de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para que constaten en sitio el respeto a los preceptos internacionales sobre la materia.
También le ha recordado la vieja oferta del Ministerio de Justicia para despenalizar los llamados delitos de opinión, y le ha hecho notar que existe el compromiso formal de trabajar en la mejora de las condiciones en las que se desenvuelve el periodismo en el país, con el fin de garantizar los derechos a la libre expresión.
Es imprescindible saber qué lado del personaje acusará recibo de estos pedidos. Y es imprescindible saberlo, porque de hecho la situación para el ejercicio periodístico, en lugar de mejorar, ha empeorado en el último año. Y no solo se nota en las cifras y en el tipo de atropellos, sino en la actitud generalizada del poder en distintos niveles.
Porque, al parecer, el virus de la intolerancia es más contagioso que el del AH1N1, sobre el cual ya no se deja informar pues los directores de los hospitales cierran las puertas a los periodistas. El gran aparato estatal de comunicación y propaganda mientras tanto, minimiza los problemas e impide la fiscalización o el acceso a la información, y maximiza y politiza posibles errores de periodistas y medios que no se alinean.
El 5 de enero, el Gobierno mencionó a Eugenio Espejo como precursor del periodismo ecuatoriano, pero es seguro que su espíritu de libre pensador no habría aceptado ni el homenaje ni la visión del poder sobre la libertad. Al fin se escuchan unas débiles voces para exigir el buen uso de los medios públicos, mientras cada vez hay más coincidencia sobre el fiasco del supuesto poder ciudadano.
Sobran razones para preocuparse pero también para seguir luchando contra los exabruptos del poder.