La RAE define anomia como “Conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación”. Esta es la realidad en el tráfico vehicular. El caos se produce en todo el país, pero especialmente en Quito. Es evidente que las autoridades responsables de la aplicación de las normas respectivas han claudicado, por incapacidad, corrupción, o intereses politiqueros.
El brutal atropellamiento de un bus de servicio público el 21 de abril, que causó la muerte de Santiago Gangotena, un destacado profesional a quien la educación superior le debe muchísimo, es una muestra vergonzosa de esta realidad. Quito es tierra de nadie, en la que se impone la ley del vehículo más grande, vale decir del bus y el camión.
El irrespeto a los semáforos, a los sitios de estacionamiento, a la norma que obliga a los vehículos pesados a circular exclusivamente por el costado derecho, la prohibición rebasar entre ellos, el portar las placas respectivas, no invadir los carriles exclusivos del transporte público, los límites de velocidad, es la regla y no la excepción. Así no puede continuar una ciudad por la que circulan alrededor de 500.000 automotores. El municipio debe asumir con valentía esta obligación prioritaria. La capital ha dejado de ser “ciudad para vivir” para convertirse en el salvajismo propio del hacha de piedra y el taparrabo.
En la Ecovía los buses arrancan antes de que el semáforo esté en luz verde; y en la Amazonas las carreras y los rebasamientos entre los buses son permanentes. Algunos buseros, cuando está lento el acceso a la Avenida Patria, toman de la Amazonas hacia la 6 de Diciembre por la calle Robles, que tiene estacionamiento en ambos costados, con todo el riesgo y la torpeza que ello significa. Alteran el recorrido oficial de los buses, porque saben que no hay autoridad que les exija cumplir con las normas de tránsito. Corregir este caos será el primer desafío del nuevo alcalde.