Querido compatriota: si un hijo, su esposa, un familiar o un amigo, tiene que salir obligatoriamente en la noche ¿no le invade una gran intranquilidad? Si conduce su vehículo y percibe la cercanía de una motocicleta con su conductor enmascarado y con casco ¿no siente temor? Si, por desgracia, se pincha y desinfla una llanta ¿piensa si el suceso es casual, o provocado, para robarle el carro o extorsionarle con el pago de todo el dinero que pueda extraer de los cajeros automáticos o que los maleantes exijan a sus allegados para no asesinarlo? Se han multiplicado los asaltos a domicilios de bandas integradas por delincuentes armados que inmovilizan, amordazan y maltratan a sus víctimas; cunden los sicariatos que, en su gran mayoría, concluyen con el relato de la policía que contabiliza las balas usadas.
El país está a la deriva: jueces que liberan delincuentes sin cumplir las condenas, ni restituir al Estado lo robado; políticos que anteponen sus intereses personales a las urgentes necesidades populares; asambleístas obcecados en restituir en el poder a aquellos que sacaron la base de Manta, compraron radares dañados, impusieron tablas para el consumo libre de drogas y pactaron con bandas criminales y de narcotraficantes que alimentan la narco-política y el crimen organizado; dirigentes amantes del terrorismo que amenazan con descalabrar nuevamente la economía y la integridad del país, mientras el gobierno dubitativo y timorato no ejerce el liderazgo necesario para enfrentar a los conspiradores. Entre esas dos corrientes la mayoría de ciudadanos anhela construir un futuro menos sombrío, con una firme y masiva exigencia de cumplimiento de obligaciones a los poderes del Estado, para que devuelvan la institucionalidad, que está destruida y que genera un país fallido, al que debemos rescatar con urgencia; pues es la patria de todos nosotros y de nuestros hijos, no de los políticos incapaces y corruptos, ni de los delincuentes que se han apoderado de él, con actitudes perversas y criminales.