En pocas horas más elegiremos presidente y empezaremos un nuevo capítulo de nuestra historia. El nuevo presidente organizará su gabinete, solicitará información al gobierno saliente y pondrá atención a esos proyectos sospechosos, como el hospital del IESS en Guayaquil, anunciados a dos meses de dejar el poder.
Cualquiera sea el triunfador tendrá como problema inmediato la falta de recursos para el funcionamiento del gobierno, por eso anuncian ambos candidatos la posibilidad de acudir a la reserva monetaria. En año y medio afrontarán serios problemas económicos y graves exigencias sociales además del narcotráfico y la violencia.
En el ámbito político los retos son diferentes. Si ganara Noboa el problema serían los enemigos; si ganara Luisa, el problema serían los amigos. Noboa tendría que tratar de armar una mayoría legislativa y defenderse de las funciones del Estado que están en manos de la revolución ciudadana. Luisa tendría que definir su relación con el expresidente y los prófugos de la revolución ciudadana.
Luisa González seguramente ha estudiado el caso argentino que vivió un problema político similar. Cristina Kirchner tuvo un candidato delegado a quien le dio el encargo de resolversus problemas con la justicia. El presidente Fernández alimentó por cuatro años la confrontación con las cortes de justicia, pero los problemas de Cristina Kirchner han empeorado.
Luisa González sufriría la presión de los prófugos para que resuelva sus problemas judiciales. Ella tendría tres alternativas: meter las manos en la justicia y aparecer como sometida, sin autoridad; rebelarse como hizo Lenin Moreno para ejercer la presidencia; o darle largas al problema y mantener a los prófugos a distancia.
En el debate presidencial y durante la campaña de la segunda vuelta, los candidatos decidieron evitar la confrontación, por eso los electores tal vez ignoran que ellos encarnan dos modelos diametralmente opuestos. Y sólo quedan horas para pensar el voto.