El 20 de enero de 2021 fue un día de esperanza en Ecuador. Llegaron, en un publicitado viaje, 8 000 mil dosis de vacunas contra la covid-19. Nada para un país con 16 millones de habitantes, pero mucho para las expectativas de quienes veían en este hecho la luz al final de túnel luego de meses de incertidumbre, enfermedad, muerte y dolor. Sin embargo, la alegría duró poco, como la del pobre. Pronto empezaron los escándalos de corrupción, nepotismo y opacidad sobre los vacunados.
Después de establecer un supuesto orden de vacunación en el que se daría prioridad a los sectores de mayor riesgo, el mismo Ministro de Salud hacía vacunar a su madre en un geriátrico de lujo, y por si eso no bastara, luego explicaba muy suelto de huesos que lo hizo porque “no es político ni entiende de política”, como si esa fuera una excusa para no actuar dentro de lineamientos éticos mínimos. ¿Cinismo o ignorancia?
Luego, la secretaria de Comunicación, cuando se le preguntó sobre el arribo de nuevas vacunas, alegó que no lo conocía porque estaba de viaje en Washington D.C., terminando la frase con una carcajada. Sin comentarios.
Ahora mismo no se conoce bien ni cuándo ni cuántas nuevas dosis llegarán ni a quien se pondrán o se han puesto las que ya han arribado. La desconfianza en el proceso de vacunación es generalizada y la negativa del Ministerio de Salud de revelar los nombres de los vacunados no hace más que exacerbar las dudas, avivadas por varias denuncias sobre vacunas VIP.
De esta forma, el Gobierno, cada vez más solo y aislado, lo que hace es, por una parte, alentar la corrupción como mecanismo válido para obtener beneficios por parte del Estado en un país de por sí tolerante a este flagelo; y, por otro, fomentar la ya marcada desconfianza en el sistema político y la disminución de los niveles de satisfacción con la democracia, dando a entender que hay ciudadanos de primera y de segunda, donde unos tienen más derecho a vacunarse que otros. Así, pone de manifiesto la profunda inequidad y desigualdad que se vive en el país y abona a una problemática cuyas consecuencias ya las vivimos en octubre de 2019 y que no ha sido resuelta, quedando solamente latente gracias a la pandemia, pero que podría surgir nuevamente en cualquier momento y causar un estallido social aun más grave.
Para colmo de males, a esto debe sumársele la batalla mundial por conseguir vacunas, en la que, para variar, los países menos desarrollados llevamos la peor parte, lo que vendría a retrasar nuestra recuperación económica y, por ende, a acentuar las diferencias con los países que vacunarán más rápido a su población, volviendo al mundo aún más desigual. Ojalá el nuevo gobierno sí asuma la responsabilidad que el actual ha eludido y logre que nuestras alegrías duren un poco más.