A la entrada, la finca Tierra Brava se semeja a cualquier otra explotación familiar del municipio agrícola Los Palacios, en la provincia más occidental de Cuba.
Pero en su interior faltan los tradicionales surcos y yerba recién cortada cubre la tierra. “Llevamos más de cinco años aplicando la agricultura de conservación (AC)”, dijo a el usufructuario Onay Martínez, con 22 hectáreas de tierra del Estado, sobre este nivel superior de agroecología que, además de cultivos sin químicos, diversifica con especies y conserva los suelos con cero labranza y cobertura vegetal.
“En Cuba se explota muy poco”, lamentó el productor, citado por la representación local de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) como ejemplo de aplicación integral y espontánea de la AC, que las autoridades cubanas comenzaron a incluir en sus políticas en 2016.
Única reportada por el momento, esta parcela de frutales en la provincia de Pinar del Río y mantenida por cuatro trabajadores, simboliza el paso que se apresta a dar el arraigado movimiento agroecológico cubano hacia este sistema sostenible, que ya cuenta con un programa para su extensión a gran escala en el Ministerio de Agricultura.
La FAO define la de conservación como “una agricultura sostenible y rentable y en consecuencia dirigida al mejoramiento del sustento de los agricultores mediante la aplicación de los tres principios de la AC: una perturbación mínima del suelo; cobertura permanente del suelo; y la rotación de cultivos”.
Por la bajísima incidencia, aún ni se calculan las tierras en Cuba que al menos usan la técnica básica de siembra directa (sin laboreo), que en la actualidad crece en el continente americano aunque en EE.UU. por ejemplo, se adopta temporalmente sin obtener los beneficios mejoradores del suelo a largo plazo.
Con maquinarias de bajo porte como las sembradoras para enterrar las semillas, se estima que la AC se usa en 180 millones de hectáreas del mundo. 45 % en América Latina.