Que el fútbol profesional se comprometa con la lucha contra la violencia de género es fundamental para impulsar el cambio cultural necesario para ponerle fin a este flagelo.
Desde sus orígenes en Colombia, a comienzos del siglo pasado, el fútbol fue territorio masculino. Y aunque esto, por suerte, ha venido cambiando gracias a que cada vez más mujeres lo practican y lo siguen con fervor, es un hecho que todavía quedan rezagos de esta tradicional asociación entre balompié y virilidad.
Por eso, es una excelente noticia saber que la Federación Colombiana de Fútbol y la Dimayor se han comprometido a impulsar acciones contra la violencia que las afecta. Estas tendrán como escenario los estadios del país y como protagonistas a las figuras de los equipos profesionales, con especial énfasis en la tercera semana de cada mes de mayo. El acuerdo que reafirma esta iniciativa se suscribió el lunes e involucra también a esta Casa Editorial, así como a ONU Mujeres. Su artífice fue la subeditora de justicia de este diario, Jineth Bedoya, persistente y tenaz abanderada de la loable causa, que sigue mostrando cifras aterradoras.
Una de cada tres representantes del género femenino en el planeta ha sido agredida por un hombre durante su vida. En el país, el panorama es especialmente preocupante. Cada día, 245 mujeres son víctimas de algún tipo de violencia de género. El anterior es uno de varios indicadores que ponen a Colombia como el segundo en la región con más actos de este tipo, según el Banco Interamericano de Desarrollo. Por no mencionar el conflicto armado, que ha dejado a más de 400 000 mujeres víctimas de violencia sexual en la última década. Y, por desgracia, hay más. En el primer semestre del 2013, 514 mujeres fueron asesinadas en el país. Según Medicina Legal, entre enero y junio del 2013 se han reportado, además, 15640 casos de violencia intrafamiliar y 12.48 agresiones de hombres contra sus compañeras.
Todo paso que se dé para combatir tal motivo de vergüenza para la sociedad es bienvenido. Y este es un hecho histórico. Hay que recordar que estamos ante la forma más dramática de discriminación por razones de género. Para prevenirla -un deber inaplazable- son imprescindibles una legislación fuerte que castigue a los perpetradores y un sistema judicial eficiente, que genere confianza en las víctimas. Pero, si se quiere ir a la raíz del flagelo, urgen acciones de transformación cultural, de las que surjan nuevas masculinidades no violentas, construidas con base en el respeto de los derechos humanos de las mujeres.
Es evidente que no da más espera la tarea de transformar ciertos aspectos de la manera como esta sociedad ha concebido el ideal masculino. Para lograrlo hay que ser audaces, ir más allá de las consignas, llegar -y he aquí la gran virtud de esta iniciativa- a terrenos en donde a veces todavía se asoman rasgos machistas, los mismos que son terreno fértil p ara las agresiones de marras.
Este es uno de esos propósitos que no admiten descanso, mientras las cifras no se desplomen, todos los demás indicadores positivos que muestran los avances del país seguirán cargando con un repudiable lastre. Que cada vez más sectores de la sociedad se sumen al clamor de no más violencia contra las mujeres es una señal de que se avanza en la dirección correcta., hay que cerrarle todos los espacios al flagelo.