El aburrimiento es uno de los efectos de la abrumadora maquinaria electoral oficial. El país entero bosteza. Vivimos una de las campañas electorales más desganadas desde 1979.
Tanto nos han vendido y venden el “inevitable” triunfo del candidato-Presidente que nada sorprende. Todo es predecible. Es como estar frente a una pésima telenovela de la que todos sabemos el próximo capítulo y obviamente el final. Hasta la consigna central de la campaña cae como un molón que inmoviliza: “Ya tenemos Presidente”.
El problema es que no solo nos han convencido a los electores, sino también a los presidenciables de la oposición y a sus estrategas que han elaborado unas estrategias electorales sin ninguna creatividad que no logran hasta el momento romper el formado de la aplanadora verde flex.
Se vive el sopor resultado de la gigantesca campaña mediática ejecutada desde hace meses al amparo del aparato estatal. Se experimenta también la ampliación del silencio, del miedo, la autocensura y el “pragmatismo” resultado de las emanaciones de un poder cada vez más grande e irrefrenable que da señales de prolongarse.
Muchos en reuniones sociales ahogan su crítica para evitar futuras retaliaciones de los ganadores. Otros en veladas más íntimas o familiares piden a los contertulios no hablar de política para que la cita no desborde en trompones. Y los más “vivos” aunque inconformes con el Régimen reconocen públicamente lo “inevitable”, se calzan a la fuerza la camiseta y preparan su carpeta para el inminente relevo en los altos cargos ministeriales: “Si se viene el mismo Gobierno por cuatro años más, preferible sumarse a los ganadores” piensan con ingenuidad los arribistas.
La somnolencia colectiva, el pavor y el oportunismo han sacado a la política fuera de la campaña. No se discuten temas transcendentes para el país. Los pocos debates interesantes son de baja intensidad. Las denuncias de los casos de corrupción alteran momentáneamente la apatía. Son fuegos pirotécnicos que de manera fugaz encienden la noche cada vez más pesada.
El cansancio y la falta de imaginación han contagiado a la mayoría de medios de comunicación. Pocos son los que con valentía e ingenio interpelan el statu quo jugándose su estabilidad y futuro. Gracias a ellos el tedio no nos aplasta definitivamente.
El aburrimiento reclama de una acción política refrescante, audaz e inteligente. Quien se salga del molde en estas semanas, seguramente podría beneficiarse de los votos de miles de inconformes que hasta el momento se sienten huérfanos de una representación interesante.
Pero el aburrimiento también puede afectar al poder. Crea un clima de excesiva confianza y sobre todo de triunfalismo y arrogancia. No vaya a ser que el silencio de muchos se transforme acaso en un torrente de voto protesta. ¿A favor de quién?