La política ecuatoriana parece desarrollarse distante de las actitudes de la gente y para muchos es la repetición del pasado, sin renovación.
Mientras los políticos se alistan para las elecciones, es perceptible cierto quemeimportismo en parte de la ciudadanía, aquel de los momentos de crisis económica, en que cada cual salva su pellejo. Por otro lado, es comprensible cierto fatalismo y frustración por un regreso a un Estado que, como antaño, quiere captar dinero en cualquier trámite, lo que lleva a concebir que el Estado es su enemigo sin ofrecerle esperanza.
También, el conservadorismo que cimentó Correa con su autoritarismo o dinámicas anti-sociedad civil, nada favorables al debate y al indispensable sentido crítico para formar ciudadanos deliberantes, lleva a muchos al desinterés por la política, solo cuenta el redentor.
Esta situación favorece a AP, que invita más a la adhesión emocional que al razonamiento o a la movilización para construir un proyecto colectivo.
Correa arraigó la idea que él era la persona que importaba, “confíen en mí”; no fue en la importancia de un programa y menos en la acción colectiva. Se vendió él como el redentor que todo podía y al cual había que confiar y seguir. Ahora, se ve la triste herencia que eso implica para la sociedad y el Estado.
Ante este desinterés ciudadano que mira a la política de lejos, con desconfianza enraizada y desilusión por haber creído en lo inconcebible, más allá de la simple razón, ¿podrán los partidos que pugnan para las elecciones suscitar interés, motivar a la ciudadanía a cierta integración razonada en la competencia política? Unos ven como un signo del pasado la multiplicación de presidenciables, pero es más bien una novedad el modo como lo están haciendo.
En efecto, Ecuador multiplica las “primarias” en varios partidos y en las alianzas partidarias, al igual que convertir a la formulación de programas en algo más que en un pacto circunstancial para concretar la alianza y los candidatos.
En contraste con un pasado reciente, hay un intercambio entre polos políticos diferentes, lo que atenúa la polarización ideológica tan fuerte en Ecuador. Se construyen programas más concretos ante una coyuntura similar a aquella de cuando se fueron los militares, con un endeudamiento record, con pocas entradas y altas demandas sociales. Hay menos lirismo que en el pasado. Es un signo de alguna madurez política en el sentido de pensar en lo que gobernar implica.
Todo esto ayuda a la necesaria politización ciudadana y requiere ser ampliada para contrarrestar el desinterés por la política.
Los programas, sin embargo, acuerdan poco o ninguna importancia a la necesidad impostergable de crear vacunas contra el caudillismo y el autoritarismo. No todo es sanción a prever, es con el consentimiento social que se forman los autoritarios y redentores.
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