‘La educación es uno de los más poderosos instrumentos de cambio”. Este aserto lo comparten todas las corrientes políticas: derecha, centro o izquierda de todo el mundo. Pero dependiendo del instrumento, el “cambio” puede ser positivo o negativo. Ciertamente, una buena educación propicia la liberación individual o colectiva, facilita el desarrollo, profundiza la democracia y crea ciudadanía responsable. Una mala educación hunde a los individuos o a los pueblos en la opresión, castra la imaginación y la creatividad, propicia el clientelismo político y mantiene la violencia y la injusticia.
Durante décadas la mayoría de gobiernos, entre los que se cuenta el actual, han realizado denodados esfuerzos por brindar más educación al pueblo.
Más niños van a la escuela; sin embargo, la mayoría de ellos van a la “misma” escuela limitada de siempre’ Se ha avanzado en acceso a los primeros años, pero la culminación de los estudios y, sobre todo, la calidad educativa dejan mucho que desear.
La enseñanza de la historia tiene problemas de calidad que no logramos superar. En miles de aulas los estudiantes son sometidos al tormento del memorismo, a repetir fechas, batallas y nombres de los “grandes hombres”, de caudillos, de gamonales, de generales y obispos.
Lo paradójico es que en estos años de “revolución ciudadana”, los estudios sociales en los colegios se realizan con textos escritos a la sombra de los viejos esquemas, en los que la diversidad e interculturalidad no existen, el género es una quimera, las estructuras económicas, sociales y culturales y los procesos colectivos son referencias epidérmicas.
Y para colmo, fuera de las aulas siguen con más fuerza que nunca las “paradas militares”, así como las celebraciones emblemáticas en las que los estudiantes en un ritual semicastrense y de nacionalismo militarista “besan la Bandera” y “juran por la Patria”’ en fechas como el 27 de febrero, en conmemoración de una acción de guerra no libertaria. Nuevamente, en pleno “bolivarianismo”, seguimos reafirmando la “identidad nacional” en base a la referencia histórica de una “exitosa” gesta armada contra el Perú. ¿Dónde queda el fomento de la cultura de la paz y la práctica de la tolerancia?
A nuestras autoridades hay que recordarles dos de los sentidos contemporáneos de la calidad educativa: aprender a “desaprender” y a aprender a vivir juntos. Si la cultura de la violencia y de la intolerancia está metida en nuestras cabezas, pues ¡desaprendamos! y sobre todo aprendamos a convivir en paz.
¿Será que el Ministerio de Educación puede encontrar otra fecha histórica para jurar por una Patria amante de la paz, de la relación armónica con los demás y con la naturaleza, del trabajo, de la justicia? Mientras tanto, jóvenes y viejos, hagamos nuestro propio juramento y compromiso.