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Datos alarmantes. Según varias encuestas la gente tiene elevado pesimismo del futuro. Un gran porcentaje cree que sus condiciones de vida actuales son malas y que lo que se viene será peor. No cree en ninguna instancia de poder político: ni en el Gobierno ni en los políticos ni en los empresarios ni en los medios ni en nada, peor en la Asamblea. Hay una debacle del liderazgo. La gente percibe que sus líderes no dan la talla para enfrentar el tsunami que es al mismo tiempo económico, social y ético. Pero la desconfianza aumenta, cuando percibe que la mala situación es aprovechada por poderosos intereses para utilizar las condiciones en su propio beneficio. Como siempre en la historia, no todos pierden en una crisis, hay sectores que ganan.
Es tan baja la credibilidad del Gobierno, sobre todo luego del mal manejo político que devino en la sublevación de octubre, que algunos analistas dicen que con tales indicadores de popularidad, prácticamente, en otras circunstancias, estaría fuera, como muchos gobiernos en nuestra reciente historia. Pero no, allí está, y seguramente termine su mandato.
¿Cuáles son esas circunstancias? Es tan grave la situación, que por el momento, nadie quiere hacerse cargo ya que no tiene capital político. Así que el presidente Moreno, en los meses que le queda, tiene que cargar la cruz hasta el final.
Vivimos un acuerdo implícito por la inercia, impulsado por todas las fuerzas políticas tradicionales y empresariales, para que este barco, navegue hasta el puerto del 2021. El pacto es no hacer muchas olas, “dejar hacer, dejar pasar”, siempre y cuando no afecte sus intereses.
La inercia es una compra de tiempo para apresuradamente recargar capital político, refrescar representaciones deterioradas por el paro de octubre, re enamorar a las masas incrédulas. Inercia creada por el indetenible “boom del oro” que da tranquilidad a las élites, que se ven administrándolo, en el próximo gobierno.
Ahora, lo que no toman en cuenta los “concertados y calculadores” es que en cualquier momento la navegación inercial puede sufrir un altercado a causa de un iceberg o de una inesperada tormenta. Y allí sí, el estado de inercia se acaba, y todos nos vamos a pique… no todos, ya que algunos tienen bien protegidos intereses.
La tormenta, sin duda podría ser el resurgimiento de la movilización popular por asfixia frente nuevas medidas de ajuste mal calculadas que impliquen deterioro de servicios sociales vitales como salud y educación (el cierre de escuelas por falta de docentes despedidos, por ejemplo).
Y por la carencia de agenda social. De esta movilización surgirán o reforzarán liderazgos alternativos que incomodan al poder.
El estado de inercia perderá fuerza a medida que avance el 2020, y la campaña electoral adelantada, profundizará fracturas que desestabilizarán el “pacto”. Una de ellas, la disputa por la “fiebre del oro”.