El reportaje aparecido en este Diario, el 29 de marzo, no puede ser más revelador y preocupante. El titular señala que cerca de 35 000 jóvenes de la población de Quito, entre 18 y 35 años, están desempleados. Pero, si nos adentramos en el reportaje, esa cifra pierde relevancia frente al problema global. Casi 260 000 jóvenes están subempleados. Alrededor del 40% de esa muestra carece de pleno empleo; en otras palabras, está al margen de recibir beneficios, está excluido. Así no se puede construir una sociedad homogénea que brinde bienestar a sus ciudadanos. Todo lo contrario. Se les está negando un futuro a esos jóvenes, que crecerán con una frustración que se podrá convertir en ira. Pero si ese es el problema, la visión se ensombrece aún más cuando se constata que el país se conduce por un sendero que difícilmente brindará oportunidades a estas personas para salir del profundo pozo de desesperanza en el que deben estar sumergidos. Se lo ha dicho de forma reiterativa, la única manera de lograr que estos jóvenes crean en las posibilidades que les pueda brindar el país es a través del empleo.
Sin embargo al mirar el horizonte no se ven por ningún lado cambios que atraigan capitales. Se sigue castigando y estigmatizando a los promotores. No se crea un ambiente atractivo para la inversión. Pocos son los proyectos de envergadura que se desarrollan. Además, el actual crecimiento está impulsado por una fuerte inversión pública que ha desplazado a la privada, con el resquemor que la primera se reduzca cuando las condiciones fiscales no sean tan auspiciosas si las ventas de nuestro principal producto de exportación varían en el mercado internacional. ¿Qué sucedería si ocurriese? ¿Más desocupación y desempleo?
También está presente la horrible lacra de una educación mediocre, que no prepara a los jóvenes adecuadamente para que puedan defenderse en el mercado laboral. Hay que ser objetivos. La educación pública, en su gran mayoría, es un desastre y mucha de la que se imparte en centros privados deja bastante qué desear. El producto final resulta en personas sin las herramientas para insertarse en el mundo formal y los tropiezos son múltiples.
Este, entre otros, es uno de los problemas más acuciantes del país. No podemos desatendernos y, desde todas las esferas, hay que actuar para tratar de erradicarlo. Nadie puede considerar que esta no es su problema. Lo que hagamos o dejemos de hacer con respecto a esta agobiante situación marcará el destino del Ecuador de los próximos 40 años. A nadie le va a convenir constatar que no hemos podido ser capaces de encontrar soluciones, a fin de hacer de este territorio una tierra de oportunidades para todos. Si por ideología, intereses, desidia o cualquier otra razón no revertimos esta situación, razón tendrán las nuevas generaciones en tildarnos de indolentes e incapaces. Lo tendremos bien merecido.