Vanessa Ochoa con el cartel que mandó a confeccionar con la fotografía de su hija. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.
El duelo ya pasó. Vanessa Ochoa mamá ya no se quiebra. Intenta recordar a su ‘Vanessita’ con esa sonrisa que jamás desapareció de su rostro. “Gracias a la fe en Dios y en la Virgen hemos salido adelante”, dice la entrenadora de baloncesto, que hace un año perdió a su primogénita que tenía una gran proyección internacional
En marzo del 2018, Vanessa Ochoa hija fue la jugadora clave para que el equipo de Andino celebre el título de campeón en el baloncesto colegial, categoría juvenil. Apenas sonó la chicharra y tras abrazar a sus compañeras, siguió el rito de subir al tablero sur del coliseo Julio César Hidalgo, en el centro del Quito, y cortar la red.
Esa fotografía, donde se plasma su felicidad infinita, quedó como el gran recuerdo de sus compañeras de equipo y Selección de Ecuador, pues dos días después sufrió un accidente en la playa de Salinas y falleció.
“Hay momentos de tristeza aún, pero sé que, como madre, nunca le fallé. Todos los días le decía que le quería. Como familia, le apoyamos en todas sus actividades”.
Con 17 años, Vanessa Ochoa dejó una huella de persistencia, tenacidad, competitividad en la cancha, y de mucha solidaridad y generosidad en su día a día. “Después de su fallecimiento fui al colegio a retirar sus pertenencias. En uno de sus cuadernos había escrito una frase: ‘la vida es bella y soy muy feliz’. Amaba al deporte y le sonreía a la vida”.
En su memoria, y en homenaje a esa vida llena de emociones, fundó la Escuela de Baloncesto VO4, por el número en la camiseta que siempre llevó. Abrió niveles formativos y de iniciación donde entrena a niños de 9 a 12 años. También están las señoras de las categorías de 30, 35 y 40 años. Con esos equipos viajará en dos semanas a República Dominicana al Panamericano de Maxibasquetbol. “Tener mi escuela era un proyecto que siempre estuvo pendiente. Su desaparición física me impulsó a hacerlo realidad, porque quiero que su nombre se mantenga en el tiempo y que siempre que convirtamos una canasta, gritemos su nombre”.
La escuela de basquetbol funciona en Sangolquí, y espera este año conformar los equipos Sénior tanto de damas como de varones para competir en los torneos oficiales.
Vanessa Ochoa mamá comenzó a jugar baloncesto desde sus años escolares, en El Oro, la provincia donde nació. Llegó a Quito para conformar el plantel de la Espe, club con el que jugó 15 años y ganó títulos universitarios, de la Liga Nacional y los Torneos Apertura de Pichincha. “Daba a luz y enseguida me iba a entrenar. Les llevaba a mis hijos a los viajes, todos crecieron junto a una pelota de baloncesto”.
Por eso no fue casualidad que Vanessa hija haya seguido sus pasos. “Con 40 años jugué mi última Liga Nacional, lo hice en Santa María de Machala y junto a mi hija, que tenía 14. Fui quien le hice el pase para que ella convirtiera su primera canasta en este torneo”.
Con su esposo Nivaldo Ochoa, y sus otros dos hijos, Daniela y Nivaldo Jr., decidieron deshacer el dormitorio de Vanessa. Guardar lo indispensable y regalar lo que podría ser útil para otras personas. “No quisimos aferrarnos a nada material. A ella la llevamos siempre con nosotros”.
Sí lleva en su agenda una fotografía y en el reverso la mamá le escribió un fragmento de una oración, que más tarde se transformó en una canción.
Esa letra ya tiene música y en los próximos días, un reconocido cantante grabará la composición. Con algo de melancolía, Vanessa entonó a capela un fragmento: “Quedamos aquí , deseando volver el tiempo atrás, para decirte tantas cosas y volverte a acariciar, darte un abrazo que no tenga final”.
Hoy pasará el segundo Día de la Madre sin la ‘Vane’, pero aguarda soñarla como ocurrió el mes pasado, en el día de su cumpleaños. “Apareció, me dijo que estaba feliz y me abrazó. En todos mis cumpleaños, los regalos que siempre anhelaba eran los tres abrazos de mis hijos. Ese día los volví a tener”.
Se ha impuesto crear un Grupo de padres que han perdido a sus hijos. “Para apoyarlos en esos momentos de dolor. Yo tuve amigos que me ayudaron, porque son momentos de tristeza y amargura”.