Juan Pablo Bravo dirige partidos de fútbol de la Serie B en Ecuador. Foto archivo personal
El réferi cuencano Juan Pablo Bravo vivió momentos de pánico en Portoviejo, el sábado pasado, cuando se registró un terremoto de 7.8 grados. Él estaba en la cancha del estadio Reales Tamarindos para pitar el partido entre Colón FC y Liga de Portoviejo, válido por la octava fecha de la Serie B.
El cotejo se programó para las 19:30, pero los árbitros y los futbolistas de ambos clubes salieron al campo de juego con 40 minutos de anticipación.
El terremoto ocurrió a las 18:58 y en los graderíos ya había unas 5 000 personas.
Bravo, de 36 años y árbitro de Primera B, está convencido que Dios le brindó una nueva oportunidad de vida. Se considera bendecido y asegura que vivir los momentos de la tragedia, escuchar los
gritos de auxilio, es diferente a ver las imágenes que se transmiten por la televisión o las fotografías que se publican
en los periódicos.
Testimonio
“Hacíamos el calentamiento y de pronto la cancha empezó a levantarse en forma de olas, nos asustamos, las tribunas sonaban como si se
vinieran al piso. La gente corría pidiendo auxilio, gritaba, quienes ingresaron a la cancha se arrodillaron, rezaron… Se fue la energía eléctrica
y se vino el caos.
En medio de las tinieblas sonó un fuerte estruendo, luego nos informaron que se
había caído un edificio detrás del estadio. No dimensionamos la magnitud del terremoto, incluso se pensó en jugar el partido al día siguiente, a las 12:00. Entré al camerino, llamé a mi casa y mi esposa me contó que sintieron el temblor en Cuenca, pero que todo estaba bien.
Los cuatro árbitros salimos del estadio juntos, por seguridad, sin cambiarnos: con pantaloneta, camiseta y polines. En la calle constatamos la realidad, hubo caos, desesperación de la gente que clamaba ayuda. No fuimos caminando al hotel y allí vimos casas en el piso, corríamos para un lado y otro sin saber qué
rumbo tomar.
Entonces, tuvimos que trepar las paredes derrumbadas, había gente golpeada, que sangraba, incluso cuerpos que yacían entre los escombros, fue una situación tenebrosa. Un apocalipsis es lo que se vivió en Portoviejo. Llegamos al hotel y las paredes estaban cuarteadas. Sacamos las cosas que pudimos para huir de Portoviejo.
En ese momento, un miembro de la Defensa Civil empezó a perifonear manifestando
que se venía otro temblor, de igual magnitud, incluso que había un tsunami en Manta y que ya estaba inundado. La gente estaba alterada, en ‘shock’, todos querían salir de Portoviejo y nosotros (los cuatro árbitros) lo hicimos a las 21:30, en mi vehículo.
Todo era un caos, la gente caminaba con velas, algunos ya estaban en carpas en la calle, había postes de luz sobre los carros y las casas, como las películas de terror, como los bombardeos que se dan en Siria, en Kosovo. Tal cual la película ‘2012’ (fin del mundo), tenía miedo y temía que se partiera la vía, mientras conducía de regreso. No sé cómo pasé esas carreteras.
En el grupo se encontraban Fernando Zambrano, Édison Vásquez y Álvaro Márquez, designados como asistentes uno, dos y cuarto árbitro. Ellos se quedaron en Guayaquil y yo viajé solo a Cuenca. Sinceramente, la situación que viví en Portoviejo quedará marcada para siempre en mi memoria.
A mi criterio, ese partido de fútbol salvó miles de vidas, porque a lo mejor esos hinchas se quedaban en sus casas y no quiero imaginarme cuántos hubiesen fallecido. Dios me dio una nueva oportunidad de vida, me salvé de morir. Esos momentos difíciles que experimenté quedaron grabados en mi mente”.