Julián López, ‘El Juli’, exhibe el rabo de Centinela, toro de la ganadería de Victoriano del Río, de grandes cualidades. Foto: EFE
Con la autoridad de una gran figura del toreo Julián López, ‘El Juli’, remontó temporada y cuajó una gran tarde de toros en Murcia, en el sur de España.
Se corrieron seis toros de Victoriano del Río. El segundo, Centinela, número 159, con 497 kilos, colorado, fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. Finito de Córdoba: bronca tras dos avisos y división; El Juli: dos orejas tras aviso y dos orejas y rabo; Miguel Ángel Perera: palmas y ovación.
El diario local La Opinión firmó en estos términos la crónica de la corrida: “El Juli dio en Murcia una tarde de toros antológica. De principio a fin. Sin pausa ni concesiones. Sin medias tintas ni dudas. La única posible, si su primera faena fue también de rabo, como la segunda. No se lo pidieron. La calidad y rotundidad de la obra fue de tal magnitud, que no hubiera sido premio desproporcionado, ni mucho menos. Después de una tarde de tanta categoría, ¿a nadie le gustaría ver a El Juli el año que viene con seis toros?
Sueños imposibles aparte, El Juli fue amo y señor de la corrida de toros del cierre de la Feria de Septiembre.
Así que El Juli fue el protagonista único de la tarde. Poderoso, inspirado, torerísimo. Al segundo de la tarde, un Centinela muy bajo y reunido, quizás terciado, con su cara acapachadita bien colocada y astifina, le pegó cinco verónicas extraordinarias:
sin sacar del cuerpo la mano del cite, baja la mano que toreaba, la ‘pata pa’lante’, el pecho y la cintura acompasando la embestida. Ese toro iba a ser la estrella de la corrida. De fondo mansito y viaje largo, por querer irse. No lo dejó El Juli, que lo convenció para que volviera y acabó toreándolo con media muleta y pasándoselo por la faja. El Juli lo cuajó a placer con las dos manos, con medio trapo arrastrando por la arena, con templada intensidad.
La faena del quinto fue otra demostración de valor y ciencia, técnicamente prodigiosa. El Juli lo convenció aliviándolo por arriba en la primera tanda con la derecha. Pero no le iba a dar más tregua. En la segunda estaba ya Julián exigiéndole por abajo y trazando hacia dentro, haciéndole el toreo más puro posible. El
público seguía con asombro la faena. La plaza se puso en pie, le aclamó al unísono: “¡Torero, torero!”.