Las tecnologías llegaron para quedarse. Avasalladoras, tentadoras, peligrosas, misteriosas. Se nos meten por los poros sociales, culturales y cerebrales. Las advertencias no las detienen. Ya adjetivan nuestras vidas. Claro, ellas no lo hacen todo. Para lo que falta, estamos nosotros. Cómplices deslumbrados.Su uso irreflexivo marca nuestras cercanías y distancias. Revienta los tiempos y comprime los espacios. Y altera y multiplica las posibilidades de aprendizaje. Negarse a su encanto suena a nostalgia, a blindaje, a miedo. Ya no son privilegio de 4 jóvenes avispados. Cabemos todos, algunos con ayuda de los nietos. No importa.
Este calentamiento sirve para decir algo sobre la tecnocracia, que es distinta. Es el cuco social que ha exacerbado el valor y uso de las tecnologías. Que les ha tornado finalidad y no medio. Los tecnócratas –especialistas en un punto del espacio- las aplican con delirio. Están persuadidos que dominan la vida de hoy y de siempre. Este estilo de gestión invade el campo educativo. Se incrustó en la década pasada y permanece. Sus campos preferidos son el currículo, los estándares, la evaluación, la administración, el control. Sin duda se puso pensamiento, sensibilidad y creatividad en los diseños. Pero lo que llega al maestro resulta un remedo. Decenas de matrices, flujos, evidencias por llenar. Para entregar a nadie. Para no tener ni eco.
Este concepción de las tecnologías deja secuelas. Una es el crecimiento geométrico de trámites. Ante el clamor docente, se han reducido en algo, es cierto. Pero será insuficiente si el modelo que las alimenta persiste. La burocratización aquí es efecto y no causa.
Una segunda refiere a la homogenización y estandarización de todo y de todos. La obsesión por medir y compararlo todo fuerza la uniformización. El efecto se llama deshumanización y anonimato. La conversión de rostros en cifras, movimientos en resultados secos. Y la sacralización de una sola verdad. “Cuando tu única herramienta es un martillo, todo te parece un clavo.”
Una tercera es la ampliación de la distancia entre tecnócratas y actores vivos. La explicación: si la realidad no se adapta a la modernidad, peor para la realidad. Son tiempos cortos de soluciones masivas. No de sujetos.
El tema es complejo, pero sirve visibilizarlo para no tragarse entera la promesa modernista, eficientona. Es momento para aplicar dos actitudes: la apertura y la capacidad de priorizar. La primera para discutir sin deslumbrarse. Para desmontar las tecnologías, asomarse a su interior. Y la priorización para recuperar las esencias educativas. El ser humano de principio a fin. La insólita química entre sujetos que aman, juegan, disienten. La magia de una vida imprevisible, indómita. El encanto de las rupturas. El cruce de miradas que no caben en indicadores.