En un programa de TV escuché a un funcionario del Senescyt una amplia explicación de lo que será la Ciudad del Conocimiento.
Inmensa universidad, centro científico abierto al país y al mundo, con científicos en las cátedras y en una infraestructura impresionante.
Pregunto, ¿podrán llegar a ella algún día nuestros famélicos niños que asisten a paupérrimas escuelitas, con techos y bancos rotos, pisos lodosos, asquerosas baterías sanitarias si las hay y
alguna llave pero sin agua? Que llegan con sus estómagos vacíos a recibir por desayuno escolar una mínima y caducada tableta de cereal, con la que intentarán paliar el hambre, frío, calor o sueño y como si esto fuera poco al salir de esos ‘centros educativos’ los esperan todo tipo de delincuentes, expendedores de droga, asaltantes, violadores y más depravados. Esta es la cruda y triste realidad de la inmensa mayoría de niños y adolescentes en el país.
La Ciudad del Conocimiento es un maravilloso, gigantesco y multimillonario elefante blanco. que pisotea las 4 200 ha de cultivos de caña, en un país agrícola con necesidad de alimento para sí y para el mundo, ¿será el ‘costo beneficio’ que los teóricos economistas, hoy de moda, están priorizando ? ¿A quién mismo beneficiará?