En “La doble moral de la derecha”, el columnista Enrique Ossorio sostiene que la fuga de dinero hacia paraísos fiscales es patrimonio de la derecha, poniendo a los sectores acomodados como único ejemplo de estas prácticas. Al hacerse públicos como algunos papeles de Panamá esa tesis está desvirtuada pues algunos militantes correístas tienen empresas y capitales en paraísos fiscales hecho que, por sí solo, no constituye un delito.
Enrique Ayala Mora una de las mentes equilibradas e ilustradas que quedan en la izquierda ecuatoriana, declaró en días pasados que no hay razones para satanizar la derecha.
Pero parece difícil que ciertos analistas y muchos ultraizquierdistas asimilen ese sano consejo. Y la razón es muy simple: en la última década quienes hoy gobiernan con el cuento de que hay que dejar el pasado atrás, han dejado de lado el debate de ideas y se han dedicado a satanizar a la derecha bajo el argumento de que si no gobiernan ellos, ni se une todo el arco iris izquierdista, podría llegar al poder la derecha, es decir el cuco, los explotadores, los malos de la película, etc.
Si nos preciamos de tener el más largo período democrático de nuestra historia (37 años) es porque hemos practicado una de las más importantes características de toda democracia: la alternancia del poder. Sin ser perfecta, debemos contribuir a mejorar la democracia día tras día pues en caso contrario siguiendo la tesis excluyente de quienes se autoproclaman incluyentes, la sociedad estaría formada por ciudadanos que pueden gobernar y por otros que no pueden gobernar, es decir de primera o de segunda clase.
Y todo este juego falaz y dialéctico es porque la palabra izquierda se ha transformado en algo mágico. Correa al hablar de los “peligros” de la restauración conservadora ha tenido el metido miedo haciéndole creer a la gente que la izquierda es un escudo moral y mental. Solo ellos son “dueños del progresismo” esa especie de farol que guía todas las supuestas bondades de la izquierda. La “restauración conservadora” es la supuesta entelequia que podría acabar con las políticas sociales ejecutadas en esta década.
Pero esos miedos ya no asustan a nadie. Basta mirar a Venezuela para constatar los “logros” del socialismo del siglo XXI.