Hay palabras y expresiones violentas que cotidianamente lanza a diestra y siniestra el Presidente, que no solamente humillan a prestantes y respetables ciudadanos, sino que también los hiere profundamente en su honor, porque sabe perfectamente que dicho proceder surte los malhadados propósitos y réditos que siempre persigue; y, más todavía, cuando el ciudadano, el político o el común de los mortales atacado, no tiene -por razones obvias-, la más mínima posibilidad de responderle y peor de defenderse con firmeza y con sólidos argumentos como quisiera hacerlo.
Los gobiernos de tinte totalitario, como el actual, conocen perfectamente el efecto demoledor que produce la violencia verbal; es por ello, que el primer paso que suelen dar esta clase de gobiernos para tratar de atemorizar y amedrentar a sus oponentes es, precisamente, esa forma de actuar. Así como existe el terrorismo de las bombas, etc., también existe el terrorismo de la palabra, y es eso, precisamente, lo que a diario ocurre con el Presidente.