Las últimas fiestas quiteñas serán recordadas como las más tristes e ingratas de toda la historia de la ciudad. 100 obsecuentes alzamanos infirieron a la ciudad el más artero y traicionero golpe de la historia.
Infirieron una verdadera puñalada por la espalda al espíritu rebelde y libertario que ha sido distintivo de esta ciudad, y para mayor escarnio ejecutaron su traición en la semana grande de Quito.
Los quiteños vimos con asombro, por decirlo menos, como al mismo tiempo su excelencia, el Jefe del Estado, y su grupo de cortesanos ocupaban varias mesas de uno de los restaurantes más caros de París para celebrar la infamia.
Como si esto fuera poco, el Alcalde de la ciudad -que parece no sentir y peor interpretar el espíritu de la quiteñidad- se dedicaba a serenatas y bailes sin importarle el sentimiento de frustración, de pena y de contenida rebeldía de todos los habitantes de esta muy noble y muy leal ciudad de San Francisco de Quito.